Objetivos del estudio
El objetivo de este estudio es sacar a la luz por qué dentro de nuestra historia Ferenczi ha sido “el analista introyectivo” por excelencia. A tal fin exploraré y discutiré algunas de las razones teóricas y clínicas que a lo largo de su “recorrido de vida y obras” han hecho que Ferenczi fuera considerado como tal, o sea un “analista introyectivo”, remarcando como justamente ha sido ésta específica característica a hacer de modo que aún hoy en día sea, para muchos de nosotros, un inspirador y un auténtico contemporáneo y maestro. Durante mi reflexión me detendré sobre todo en sus primeras y en sus últimas obras, para demostrar el paulatino desarrollo de esta importante directriz de su concepción psicoanalítica y de su estilo.
Ouverture: una “tarjeta de visita”
Empezaré directamente desde sus inicios, y en particular desde su primera obra de 1908 titulada “Sobre el alcance de la eyaculación precoz” (Ferenczi, 1908a), que a una mirada atenta no es más que una “tarjeta de visita” a través de la cual Ferenczi, sin saberlo, anuncia la “dirección electivamente introyectiva” que tomará su futura investigación, una investigación dirigida, desde sus primeros pasos dentro del psicoanálisis (y en el momento mismo en el que éste aún se estaba fundando), a estigmatizar los “pecados de los psicoanalistas” (1932b:265) y, por supuesto, “los suyos” cual analista neófito. Pecados, en primis, de escasez de contacto hacia los pacientes y, por lo tanto, de una cierta falta de introyección –podríamos decir– por parte de quién quiere hacerse cargo de ellos.
El eyaculador precoz –si de hecho probablemente sea él mismo en las consideraciones (en este sentido “autoanalíticas”) de las páginas a las que nos estamos refiriendo– es por extensión, potencialmente y en perspectiva, cada analista que en el apareamiento de las mentes que es indispensable para el encuentro psicoanalítico, aún en su intencional interés hacia el paciente, termina por prevaricar sobre el otro con quien está en relación, no valorizando su singularidad y su necesidad psíquica de relación y satisfacción.
A este propósito, si nos alejamos de lo concreto del síntoma que él en este estudio explora de manera original investigando su recaída sobre la pareja que lo sufre, y nos colocamos en cambio a un nivel metafórico de lectura, Ferenczi nos ilumina con una indicación, una indicación –por otra parte– decididamente poco común en aquellos tiempos. La “angustia”, la “depresión”, la “inquietud”, e inclusive la completa o parcial “anestesia” e “irritación libidinal” de la mujer frente a la pareja que eyacula precozmente ¿no podrían ser asimismo el efecto sobre el paciente del apuro relacional e interpretativo del analista? Del psicoanalista –quiero precisar– que no acoge a suficiencia las necesidades y las demandas de este último identificándose en la “condición de desventaja” que lo caracteriza (condición de desventaja respecto a la que él se detiene) y que no respeta suficientemente los tiempos y la sincronía que son necesarios para llegar a ese “acto penetrativo-interpretativo” (“proyectivo!”, siguiendo Paula Heimann, 1949, Roger Money-Kyrle, 1956 e Irma Brenman Pick, 1985; y sobre este aspecto regresaré rápidamente al final de este trabajo)[1] que se demuestra verdaderamente eficaz y feliz para ambos miembros de la pareja psicoanalítica, y no solamente para uno de ellos.
Mucho más adelante en su obra resultará por otra parte más que evidente, más allá de la interpretación metafórica “aparentemente” arriesgada que he aquí propuesto (“aparentemente” porque el mismo Ferenczi nos autoriza a este salto desde el cuerpo hacia la mente equiparando en Thalassa, en 1924, el “coito sexual” al “coito mental”), que el “eyaculador precoz” puede ser sin duda alguna el analista. Aquel analista, en substancia, que no aguantaría esperar los tiempos necesarios para entrar genuinamente en contacto con el otro: a razón, por ejemplo, de su “fanatismo interpretativo”[2] (que más tarde Ferenczi hará coincidir con un acto explícitamente sádico y cruel, de dominación narcisista, impregnado de una disposición “cerebral y masturbatoria” que no permite un efectivo reconocimiento de la pareja y de su específica alteridad –“masturbarse en una vagina” será definido por Ferenczi ya en estos primeros años de su recorrido, 1912b:80), o al contrario, a través de su recurrir a una “exagerada discreción” y a una “abstinencia de tipo esquizoide” cuanto a participación y comunicación en respuesta a los mensajes del paciente (como él denunciará ampliamente y despiadadamente en su Diario clínico).
Interludio capriccioso: instrucciones para el uso del método psicoanalítico
Pues pasemos ahora, antes de arribar a su introducción en el psicoanálisis del concepto de “introyección”, a aquellas que podríamos llamar “instrucciones para el uso”, instrucciones para el uso del método psicoanalítico que, como justamente Ferenczi nota al principio de su recorrido, exige siempre una forma de educación del paciente a ello. Una forma de educación –para realizar un apareamiento exitoso y concretamente obtener una auténtica “colaboración” por parte de los pacientes (Ferenczi, 1909a:94)– que debería proceder sobre la base de “mucho sentido psicológico y mucho tacto” (Ferenczi, 1908b:27), pero que desgraciadamente se resuelve a menudo en alguna forma de “exceso pulsional” por parte del analista. Es decir, en un “demasiado” o “demasiado poco” a nivel de las pulsiones que éste pone en campo.
Los ejemplos de este “demasiado” o “demasiado poco” que prontamente afloran en un Ferenczi apenas sumergido en el psicoanálisis son, por lo que atañe a mi discurso, muy significativos, muy significativos en respecto a la futura visión psicoanalítica que él desarrollará. Concentrando su atención sobre los padres, Ferenczi nos menciona ya sea una madre que no puede soportar la maduración del hijo y sus pasos de independencia mental y existencial, ya sea un padre –éste también incestuoso como aquella madre– que abrazando a la hija “introduce la lengua entre sus labios” (Ferenczi, 1908b:31), como también –más en general– todos aquellos cuidadores que por “prolongada despreocupación” (Ferenczi, 1908c:39) dejan solos a los hijos en los “momentos de crisis”, o bien que son demasiado ansiosos y/o mienten y son hipócritas con ellos “subestimando la inteligencia y la capacidad de observación de los niños” (Ferenczi, 1909a:90), o que se demuestran particularmente severos frente a sus exigencias de verdad y ayuda con respecto al desarrollo sexual. Todas estas conductas y actitudes –él nota– excitan o inhiben el crecimiento, de hecho empujando los hijos, a través de una especie de “sugestión alucinatoria negativa post-hipnótica” (Ferenczi, 1908c:55), a una “obediencia ciega”, a un “respeto inmotivado” y a una “ceguera introspectiva”, que anuncian no solo futuras “represiones inútiles” (Ferenczi, 1908c:35), sino también “disociación” –y “extracción”, para utilizar mi lenguaje (Borgogno, 1999)– de áreas del vivir y de recursos de su self.
El “homo psychoanalyticus” –en consecuencia llegará él a afirmar siempre en 1908 (Ferenczi, 1908a)– debería por estas razones ser en primer lugar sobrio y no dogmático. Debería, en otras palabras, por primera cosa “analizar los móviles de sus acciones e impedirles desarrollarse hasta convertirse en pasiones” que produzcan “dolor adicional” (Ferenczi, 1908c:58; Ferenczi, 1911b:183); “medir”, por lo tanto, “sus propios estímulos” en la transmisión de sus propias impresiones (Ferenczi, 1908c:53) dotándose de “buen humor y caridad” (Ferenczi, 1911a:155) (y ¿por qué no? –él aconseja– de “cierta ironía”) en el “ponderar” las acciones y las declaraciones de los otros; no olvidar, en fin, la propia infancia y adolescencia cuando se acerca a sus pacientes, prestando particular atención, al cumplir estas indicaciones, al principio de “equidad distributiva” de derechos y deberes entre hombre y mujer, padre e hijo, analista y paciente.[3] Un conjunto de preceptos ideales, aquellos que él invoca desde el principio, que según su opinión no pueden absolutamente ser dados por sentados durante la efectiva realización de un análisis, ni ser considerados simples de perseguir y de “ganar” y que, más tarde, en 1919, en el ensayo sobre la “técnica psicoanalítica” (Ferenczi, 1919a) considerará ser seriamente obstaculizados por los componentes narcisistas de la contratransferencia del analista y de sus mismas resistencias al trabajo autoanalítico y elaborativo requerido por el análisis, que no pocas veces generan las mismas resistencias y reacciones terapéuticas negativas de los pacientes, haciendo en algunos casos “retrasar” e incluso “haciendo imposible” la formación de la transferencia (Ferenczi, 1919a:436)[4] [5]. Narcisismo del analista y resistencia a la tarea analítica que, normalmente, generan ellos mismos las resistencias y las reacciones terapéuticas negativas del paciente.
Allegro ma non troppo: contacto, contagio psíquico, transferencia e introyección
A través de pequeñas y progresivas anotaciones que se basan sobre qué es el “contacto psíquico” y sobre cómo éste pueda adulterarse y transformarse fácilmente en formas de “contagio psíquico” si el contacto no viene gobernado y modulado con atención, he aquí que Ferenczi alcanza el concepto de “introyección”, un concepto al que paulatinamente le asignará un peso cada vez mayor dentro de su obra, llegando a considerarlo un proceso psíquico de igual, o acaso mayor, dignidad que la proyección (el proceso sobre el que Freud y los primeros psicoanalistas solían focalizarse principalmente en aquellos años poniéndolo como primum movens de la vida psíquica). Sin embargo, cuando Ferenczi lo introduce en 1909 (Ferenczi, 1909b), él, a decir la verdad, aún no tiene las ideas claras al respecto; lo que sabe es que este proceso tiene que ver, como correctamente especifican Laplanche y Pontalis en su “diccionario” (1967), con la “pasión por la transferencia” del sujeto neurótico. “Pasión por la transferencia” que según Ferenczi contraseña –precisaríamos nosotros– el ánimo infantil que está a la base de la neurosis y el mismo Ferenczi como “psicoanalista freudiano en ciernes”.
Es justamente en este contexto ideativo, denotado por “pasión –infantil (lo repito) –por la transferencia” que Ferenczi, apelando a la “avidez” de afectos y objetos que los niños expresan y a su concomitante “vulnerabilidad” y “permeabilidad” respecto a los afectos y a los objetos que intensamente buscan y a los que se ligan (la libido es ya, a partir de este momento, para él una “búsqueda de objetos” más que una “búsqueda de gratificaciones pulsionales”), comienza a hacer aparecer en sus constataciones cuan fundamental sea la introyección como proceso psíquico básico, y además que ésta no es exclusivamente una fuente de vida, sino también una fuente de muerte (como prueba véase la historia que él cuenta sobre Pedro el Grande y su hijo Alejo, tomada desde Merežkovskij [Ferenczi, 1909b:127]). Para ser más claros, él dejaría ver entre líneas en “Introyección y transferencia” que se puede “comer mierda” ya a partir de los primeros días de vida y por lo tanto ser envenenados y no nutridos por los padres, quienes no son para nada en todos los casos “buenos por definición”, como postulaba la teoría clásica contemporánea a él. El niño muy pequeño –Ferenczi remarca siempre en este ensayo– está seguramente “hambriento de objetos y de afectos” irrenunciables para su desarrollo, pero a causa de su joven edad y de la inermidad que le corresponde no puede sino acoger todo dentro de sí sin ser realmente capaz de seleccionar y defenderse de lo que toma adentro.
Pues ¿qué es lo que el niño acoge adentro de sí?, parecería preguntarse Ferenczi, mientras piensa al importante papel cumplido por la introyección. No solamente las cosas materiales sino también la manera en la que éstas –comida, cuidados, afectos y palabras– le son entregadas; y serían justamente las diferentes calidades de respuesta del otro que según él generarían las sucesivas identificaciones del individuo y, también, la propia individual visión de sí mismo y del mundo que caracteriza cada uno de nosotros, incluidas las formas de éstas tendencialmente patógenas. Y para ofrecer aquí algunos ejemplos de estas últimas cabe nombrar por lo menos dos de las que Ferenczi lista: esa forma de identificación –me refiero a la “identificación con el agresor”– que de allí a pocos años, en 1913, ya individuará como central en la constitución de la personalidad, como anticipa la descripción que propone de ella en “Un pequeño hombre-gallo” (Ferenczi, 1913c)[6], o esa disposición infantil, para él fisiológica, en asumir en su propio carácter los rasgos distintivos de los padres y, de manera particular, la reacción de ellos frente a nuestro venir al mundo y a la vida, que él delineará maravillosamente en “El niño mal recibido y su impulso de muerte” de 1929 haciendo notar el resultado del odio y de la impaciencia de la madre (del no ser, de reflejo, hijos “deseados y bien recibidos”) en el subsiguiente sentir que “no vale la pena vivir la vida” (Ferenczi, 1929:86) y en la “disminución del placer de vivir” (Ferenczi, 1929:89).
Atento en definitiva a la transmisión inter-psíquica, hablando de la introyección Ferenczi llega pronto a señalar a sus colegas que existe una “pragmática de la comunicación humana” que hay que tener en cuenta a toda costa, una pragmática de la comunicación humana que es siempre relevante en la transmisión psíquica, pero que es aún más relevante cuando están en juego las “mentes en formación”. Aún más relevante porque las mentes en formación son en absoluto mucho más susceptibles de aquellas de los adultos de ser plasmadas por las “órdenes hipnóticas” de los cuidadores: por las órdenes hipnóticas “maternas” cuando éstas tengan como base la fascinación, la insinuación y la seductividad; por las órdenes hipnóticas “paternas”, en cambio, cuando éstas se basen sobre la intimidación (Ferenczi, 1913a:34) y la intimación. Estos dos tipos de órdenes –él además ya entonces remarcaba– serían de hecho inevitablemente captados y asimilados por los niños pequeños llegando a resultar operativos en su forma de estar en el mundo, sin que ellos sean mínimamente conscientes de alojarlos en la intimidad de su self hasta que no encuentren alguien que visualizándolos y dándoles palabras “los podrá desatar” (Ferenczi, 1932:387)[7].
El problema, por lo que se refiere a las órdenes hipnóticas inconscientes, es sin embargo –aclarará Ferenczi hacia el final de este ensayo– que muy a menudo ni siquiera quien las ha emitido es consciente de haberlas emitido y de qué es lo que ha emitido, en cuanto él también las ha introyectado por parte de quienes a su tiempo se habían ocupado de él identificándose con ellas y con quien las había transmitido inconscientemente. Esto pone en primer plano como la transferencia –contrariamente al punto de partida de Ferenczi en su reflexión sobre la introyección– no es únicamente una proyección dictada por la fantasía inconsciente, sino que es también promovida por el analista mismo que por esta causa ya no puede más prefigurarse como un simple “catalizador” (Ferenczi, 1909b:102) de los movimientos afectivos del otro, un catalizador que se limitaría a atraer sobre su persona los impulsos emotivos peculiares del paciente o de los personajes que pertenecen a su historia.[8]
Una convicción extraordinaria, la que acabo de señalar, y que llevará Ferenczi algunos años después a observar que “los síntomas transitorios en el desarrollo de un psicoanálisis” tienen que ser comprendidos en el interior de la sesión, a partir de lo que el analista ha dicho y ha hecho, o no ha dicho y no ha hecho, antes de que aparecieran. Tienen –es decir– que ser comprendidos investigando el contexto analista-paciente en el que aparecen, ya que es la evaluación del “contexto cercano y actual” que “en miniatura” (Ferenczi, 1912a:232) puede hacernos conocer como haya surgido en el pasado el sufrimiento del paciente y así iluminar, a través de esta específica atención a la situación actual, el ambiente inter-psíquico en el que creció, las sensaciones de placer y de desagrado que se cebaron en esa época, las defensas reactivas y los conflictos intrapsíquicos que derivaron[9].
Rondó final: trauma, juego identificatorio e inversión de roles
Antes de aprestarme a concluir mostrando hacia donde confluyen las brillantes intuiciones del Ferenczi “joven psicoanalista”, no puedo eximirme de declarar, como preámbulo de mis conclusiones sobre Ferenczi cual “analista introyectivo” por excelencia, que la última parte de su exploración y de su audaz empeño en la teoría y en la práctica psicoanalítica no es de hecho más que una reanudación tal cual de las temáticas que ya había individuado en sus primeros pasos de psicoanalista, por más que éstas sean ahora reorganizadas y estructuradas bajo la égida de “una nueva visión del trauma” y de “una correspondiente nueva técnica terapéutica” para despertarlo y transformarlo. Una nueva visión del trauma y una correspondiente nueva técnica terapéutica para despertarlo y transformarlo, las que elabora poco antes de su prematura muerte en 1933, que además de haber abierto las puertas al psicoanálisis moderno continúan aún hoy estimulándonos e interrogándonos por las problemáticas que plantean.
Para pasar ahora desde las primeras obras a las últimas –aquellas en las que Ferenczi se libera de su tedio sometimiento a Freud y puede llegar como clínico “finalmente a ser sí mismo” alcanzando enteramente aquello que llamó “análisis de niños con los adultos” (Ferenczi, 1931), análisis que apuntan a intentar superar la amplia gama de actitudes inapropiadas adoptadas por los mismos psicoanalistas durante el tratamiento de los pacientes– es obligatorio al fin de nuestro discurso recordar aquí, aunque sea a vuelo de pájaro, las áreas sobre las cuales Ferenczi se concentró en los años entre sus primeros y sus últimos textos. De un lado -resumiendo– las profundizaciones que él mientras tanto realizó sobre la “identificación como grado previo de la relación de objeto” (Ferenczi 1932b:206) (con anexas, obviamente, las numerosas estrategias arcaicas y autoplásticas de supervivencia que surgen en concomitancia a un dolor extremo insoportable e irrepresentable)[10]; por otro lado su recurrente apelarse a la necesidad de poner en obra durante el trabajo de análisis una mayor movilidad libidinal y una más generosa plasticidad de “identificación imaginativa” (Ferenczi, 1933:440) para poder poner de nuevo en marcha los “puntos muertos” (Ferenczi, 1919b:27)[11] del tratamiento, debiendo los psicoanalistas ser los primeros en estar dispuestos a revestir momentáneamente, en base a lo que ocurre y según las contingencias, aquellos roles que el inconsciente del paciente les pide tomar con el objetivo de lograr conocer, desde adentro y no solo intelectualmente, los acontecimientos que han producido su sufrimiento patógeno y su “malestar” psíquico (Ferenczi, 1924b:314).
En efecto si se mira desde este doble ángulo (la identificación primaria con anexas las “estrategias arcaicas de defensa” y la necesidad de una más consistente “identificación imaginativa” con el paciente) la investigación que Ferenczi persigue entre 1927 y 1932, resulta palmario que ésta se despliega prioritariamente alrededor de la pregunta si realmente los psicoanalistas son tan accesibles y abiertos en el encuentro psicoanalítico como para consentir convertirse, por lo menos pro tempore, en el paciente, y de tomar sobre de sí, siempre pro tempore, su enfermedad y su pena[12]. Pregunta a la cual sin titubear él responde de manera negativa, inventariando los distintos tipos de rechazo, de pereza y de “no-entry” manifestados por ellos al acoger las “imago parentales” del mundo interior evocadas proyectivamente, y sobretodo –y éste es el elemento más admirable en todo su recorrido– al hacer alojar en su propio cuerpo y en su propia mente “el niño disociado y fragmentado” que, por causa del trauma y de la subsiguiente precoz inconsciente identificación con el adulto incumplidor y no fidedigno, ha perdido toda voz en la personalidad del sujeto traumatizado. Niño disociado y fragmentado que, para Ferenczi, quedaría sin embargo siempre en la espera de ser llamado a la existencia por aquel “socorrista” que, capaz de reconocer el idioma infantil exiliado en condiciones de “dolor demasiado grande”, ofrecerá una “nueva oportunidad” de acceso a aquel idioma devolviéndole lentamente la palabra; y todo esto a través de un humilde alojar en su propio espacio psíquico, y en el lugar del paciente, también esos sentimientos y aquellas potencialidades naturales que él nunca conoció ni expresó cuando era pequeño pero que hubiera podido encarnar al tiempo de su niñez y adolescencia si se hubiera tropezado con otro destino de vida.[13]
Está claro que a esta altura de su recorrido Ferenczi ya no se está refiriendo a los pacientes edípicos de Freud, sino a aquellos pacientes que más a menudo en el día de hoy entran en nuestros consultorios (los pacientes borderline, los pacientes al límite, los pacientes esquizoides…), en los que falla fundamentalmente el funcionamiento del Yo y del proceso de simbolización; y es justamente con respecto a éstos que el largo tratamiento analítico de R. N. (alias Elizabeth Severn), sobre cuyas etapas Ferenczi se detiene detalladamente en el Diario clínico recorriéndolas una a una, es precursor y paradigmático. Precursor y paradigmático en cuanto volviendo a pensar en este y sondeando sin piedad su propia contratransferencia él llegará a denunciar en todas sus facetas las considerables reservas y dificultades del analista frente al tolerar las transferencias del paciente y los roles que éste exige que él desempeñe, especialmente cuando interviene en la escena psicoanalítica la transferencia no verbal y, por lo tanto, puede tocarle al analista tener que “personificar” en el lugar del paciente (“interpretar”, como escribí recientemente con Vigna-Taglianti, 2008) el niño que “se ha perdido” y en muchas circunstancias “ha salido fuera de sí”. Dificultades y reservas que –ya presentes según él en respecto a la transferencia positiva[14] y, naturalmente en mayor medida, en respecto a la común transferencia negativa impregnada de consistentes sentimientos de rabia y de odio– se harían aún más imponentes e irreducibles en el momento en el que al analista –lo repito– le toca “dejarse transformar”, en la larga ola del análisis y a través de una inversión de roles, en el niño al que en el pasado el paciente ha debido parcialmente renunciar y, antes de llegar a eso, en aquel “objeto malo” que ha determinado este particular viraje transferencial no a causa de sentimientos negativos primarios del paciente sino a causa de posibles déficit y carencias idiosincrásicas del analista.
Sería, en síntesis, precisamente esta peculiar eventualidad la de la cual los analistas, según Ferenczi, quisieran no saber nada. Una eventualidad –la de hacerse “objeto malo” por causa de posibles déficit propios y carencias personales y la inversión de roles que muchas veces sigue (Borgogno, 2007b)[15] –que sin embargo en su óptica no puede por ninguna razón ser disertada y desatendida ya que frente al trauma y a sus consecuencias la recuperación de pedazos de experiencia no simbolizados y no representados puede ocurrir solamente a través del paso -ostensivo!– de su acontecer a otra persona. Otra persona que, “en contraste”[16] a lo que el paciente experimentó en el pasado, sea capaz de asumirse el peso de llegar a ser el “asesino del paciente” (Ferenczi, 1932:99) y, a pesar de esto, de disponer para él, adentro y afuera de sí, un ambiente psicológico diferente, capaz de invitar la infancia herida, seducida, no reconocida y engañada a repetirse y hacerse viva para poder ser completada, reconstruida, recordada y, por último, integrada.
Conclusiones
Para cerrar ¿qué más quisiera decir? En primer lugar, aclarar que en estas consideraciones he expuesto el conjunto del recorrido de Ferenczi en una forma más bien ideal ya que él, lejos de haberlo realizado completamente, en verdad solo lo entrevió y lo aproximó encargándonos a todos nosotros su valiente esfuerzo para mejorar y potenciar la intervención analítica, sobretodo aquella que se cumple en presencia de considerables cuotas de dolor psíquico y del relativo odio que las acompaña. Serían por otra parte estas mismas las contingencias en las que se hacen sentir de manera más fuerte el temor de los sentimientos y del sufrimiento del analista y su recurso defensivo a verdaderas formas de “terrorismo del sufrimiento”[17]. No obstante, si es verdad que justamente alrededor del ser odiado, del odiar y del paralelo empatizar sin discriminación con el sufrimiento de los otros Ferenczi halló su propio límite encontrándose empantanado en la relación con sus pacientes, él nos ha de todos modos entregado en el Diario clínico una inigualable descripción de como el intrapsíquico, generado a su vez a partir del extrapsíquico, deba “convertirse nuevamente en interpsíquico en la actualidad de la relación analítica” para crear una comprensión elaborada y una recíproca transformación, y de como por lo tanto es fundamental que el analista se detenga largamente en esta compleja dinámica para desenredarse y emanciparse de los objetos y de los varios aspectos del self de su paciente. Es sin duda este último un ulterior incontestable legado que Ferenczi nos entregó, y que solo poco a la vez hemos podido empezar a apreciar redescubriendo en nuestro trabajo la inevitabilidad del enactment y la recurrente imposibilidad de acceder en un corto plazo a una interpretación que prescinda de un intenso envolvimiento inconsciente de parte nuestra.
En segundo lugar, quisiera retomar por un instante el punto dejado pendiente al comienzo cuando, citando a Paula Heimann, Roger Money-Kyrle e Irma Brenman Pick, mencioné que cualquier “acto interpretativo” es en cada caso un “acto proyectivo” sucesivo a una introyección de las proyecciones del paciente. Acto proyectivo, este acto interpretativo del analista, que por cierto deberá incluir un saneamiento de los aspectos comunicados proyectivamente por el paciente, pero del cual no siempre el analista se demuestra capaz en un margen de tiempo adecuado, ya sea porque puede no lograr captar completamente los varios aspectos implicados en las comunicaciones del paciente, ya sea porque cuando los capta no logra distinguir pronto su propia reacción personal a ellos de lo que, al contrario, concierne las proyecciones que ha introyectado adentro de sí. Una eventualidad que no puede no ser atravesada también por el analista especialmente cuando el paciente, colocándose en una posición mental anterior a la individuación y a la subjetivación, necesita que el analista pueda aceptar de detenerse en el caos y en la caoticidad ya sea sintiéndose inexistente para el paciente como el paciente se sintió durante su niñez, ya sea más simplemente (pero no menos dolorosamente) sintiéndose no aún existente como objeto externo para el paciente.
[1] El juego de la proyección y de la introyección en la dinámica transferencia-contratransferencia ha sido también muy bien trazado por Racker en los años 1949-1958 (Racker, 1949-1958).
[2] A propósito del “fanatismo interpretativo”, véase Ferenczi, 1924a; 1928.
[3] Un leitmotiv, éste ultimo, que recurrirá en todos los escritos de la última parte de su vida, pero que será particularmente evidente en “La adaptación de la familia al niño” de 1927 (Ferenczi, 1927), donde Ferenczi declarará que para comprender los niveles primitivos y no verbales del paciente es necesario que los analistas superen el propio “olvido de la infancia”, y que sean ellos los primeros en cumplir pasos de adaptación hacia él y hacia su idiosincrásica mentalidad.
[4] En ese mismo año, el 1919, Abraham también enfrenta el problema de los pacientes que rechazan o obstaculizan el método psicoanalítico, pero la conclusión a la que él llega es diametralmente opuesta a la de Ferenczi (Abraham, 1919). Mientras Ferenczi piensa a un déficit de escucha y de respuesta de origen narcisista por parte del analista, Abraham cree, al contrario, que en estas situaciones está en juego el floreciente narcisismo del paciente que por envidia y particular avidez no puede aceptar que el analista tenga “alguna cosa buena” para ofrecerle. Esta contraposición de puntos de vista concierne también el problema de la introyección: para Ferenczi (véase Thalassa, 1924, y el Diario clínico, 1932) la introyección del niño es al principio, como para Winnicott, despiadada pero dirigida hacia la vida (el niño come literalmente con gusto a la madre, que a su vez con gusto se deja comer); para Abraham, en cambio, la introyección es siempre en parte destructiva como para Klein, y esta destructividad, si no es mitigada y elaborada, llegará a marcar, en su opinión, el destino de una persona.
[5] El tema del narcisismo del analista volverá a aparecer de una manera invariada en los capítulos escritos por Ferenczi de “Perspectivas del psicoanalisis” (1924a:281-282), en “Análisis de los niños con los adultos” (Ferenczi, 1931), y naturalmente en sus “Notas y fragmentos” y en el Diario clínico.
[6] El estudio de Ferenczi sobre la “identificación con el agresor” y su fenomenología, ya sea durante el proceso de crecimiento o dentro del proceso analítico, se encuentra también en los siguientes ensayos: Ferenczi, 1929, 1931, 1932ab, 1920-32.
[7] Sobre las “órdenes hipnóticas inconscientes” y el agarre que tienen sobre los individuos véase también: “Doma de un caballo salvaje” de 1913a, “Fe, incredulidad y convicción desde el punto de vista de la psicología médica” de 1913b, y “Anomalías psicógenas de la fonación” y “Análisis de las comparaciones”, ambos de 1915.
[8] En el Diario clínico Ferenczi llegará a decir que en un primer momento el analista induce la transferencia, pero luego niega haberlo hecho, como también muchas veces es él quien provoca el trauma o su repetición y quien sin embargo después rechaza admitir haberlo provocado.
[9] Un estilo de trabajo, éste, que Ferenczi extiende además al análisis de las comparaciones del paciente, de sus sueños y hasta, a través de Pfister, de sus garabatos (véase “Análisis de las comparaciones” de 1915b y “Sueños de los no iniciados” de 1917).
[10] A propósito de las “estrategias arcáicas de supervivencia” véase: Ferenczi, 1919cd, 1921ab, 1924b y después 1932b, 1920-32. Por lo que se refiere a la “identificación primaria”, numerosas notas sobre ésta se pueden encontrar en el Diario clínico.
[11] Volver a poner en marcha los “puntos muertos” se tranformará, en esta última parte de su obra, en “re-animar” las partes murientes y agónicas de los pacientes y de sí mismo.
[12] Véase sobre este aspecto el interesante caso de la paciente epiléptica de lengua inglesa que le pide a Ferenczi que sea Julio Cesar, pedido que –dado que “Cesar” en inglés suena como “seize her” (“tómala sobre tí”)– Ferenczi lee como: “hazte tu también epiléptico para poder entender lo que yo siento en mi condición” (1932b:120).
[13] Este modo de pensar de Ferenczi es extraordinariamente parecido a lo que más tarde escribirá Winnicott en “Fear of breakdown” (1963); véase a tal respecto Borgogno, 2007a.
[14] Dificultades, a propósito de la transferencia positiva, que en la óptica de Ferenczi se presentan ya sea cuando ésta es demasiado intensa y marcada por una dependencia que remonta a los primeros períodos de la vida, ya sea allí donde el analista la mistifica celando a su paciente, además que a sí mismo (en la medida en que –wishful thinking!– deposita toda su confianza en eso), la pujante idealización que colorea la percepción que el paciente tiene de quien se ocupa de él.
[15] Por supuesto no me estoy refiriendo aquí a aquella “inversión de roles” bastante común que es típica del juego de los niños y que corresponde sustancialmente a una dinámica de inversión desde una posición pasiva a una activa: dinámica que se muestra con toda claridad en el análisis infantil, pero que también se encuentra de manera más encubierta en el análisis de los adultos, cuando estos –niños o adultos– hacen que el otro que está con ellos sienta lo que ellos están sintiendo o han sentido en las situaciones más o menos dolorosas que han experimentado. Vívidos ejemplos de este tipo de inversión de roles son los dos pacientes descritos por Ferenczi en “Síntomas transitorios en el desarrollo de un psicoanálisis” que, sintiéndose tratados por él como estúpidos, se hacen realmente idiotas durante la sesión haciéndolo sentir a su vez tonto e idiota. Contingencia que Ferenczi agudamente lee como una modalidad comunicacional puesta en acto expresamente para “poner en caricatura” lo que he llamado el “tic interpretativo” del analista (Borgogno, 2005). Ferenczi, además, recuerda al pie de la página cuando expone estos ejemplos un dialogo entre un niño y él, evidenciando como a menudo los niños remedan a los adultos cuando éstos les dicen “absurdidades” (Ferenczi, 1912a:227).
[16] El concepto de “contraste” es descrito por Ferenczi principalmente en “Principio de relajación y neocatarsis” y en “Confusión de lengua entre los adultos y el niño”.
[17] Véase sobre este aspecto el último capítulo de mi libro Psicoanálisis como reccorrido, (Borgogno, 1999).
Referencias bibliográficas
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Franco Borgogno
Psicoanalista didacta de la Sociedad Psicoanalítica Italiana (Asociación Psicoanalítica Internacional). Psicoanalista de niños y adolescentes.
Correo electrónico: franco.borgogno@unito.it