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Salud emocional en tiempos de crisis: Reflexiones desde una pandemia.
Jorge L. Tizón
Barcelona, Ed Herder, 2020, 183 páginas.

 

El autor nos explica en el prefacio que ha concebido el libro como una compilación de ideas para la reflexión sobre cómo cuidar, cuidarse y participar activamente en los cambios que se deben producir en el cuidado de las personas a raíz de la actual pandemia.

En primer lugar, nos parece interesante destacar las características que señala Tizón sobre esta pandemia que la diferencian de otras pandemias:

  1. Es una pandemia del desarrollo ya que se inició en países desarrollados.
  2. Es reveladora, pone de manifiesto la existencia de virus ideológicos, de espionajes.
  3. La vulnerabilidad sanitaria: no se esperaban las dificultades humanas y materiales de los sistemas sanitarios y el aislacionismo sanitario en un mundo globalizado.
  4. Pandemia social: con graves repercusiones sociales debido al aislamiento.
  5. Pandemia paradójica: los miedos, al contagio y a la enfermedad, pesan más que la gravedad biológica.
  6. Pandemia de las emociones y de la emocionalidad compartida: lo más contagioso no son los virus sino las emociones: difusiones emocionales masivas.
  7. Pandemia integradora de conocimientos psicológicos y psicosociales actualizados.
  8. Pandemia integradora y globalizadora, en los contagios y en los esfuerzos sanadores.

A través de la lectura de estas características el autor reflexiona sobre fenómenos como las oleadas de miedo, conceptos como la nueva y la vieja normalidad y el papel de las redes sociales. Todo un conjunto que influencia en la mente de las personas, en el miedo a la muerte que, si no es elaborado, estrecha la mente de una buena parte de la población.

El autor dedica un capítulo a la emocionalidad, en el que nos dice que paradójicamente mientras la población parece más sana, su percepción de la salud y la enfermedad ha empeorado. Cuanto más se alarga la vida más dramática es la idea de la muerte. Esta dramatización, ese miedo a morir, es la base de esas difusiones emocionales masivas (antiguamente llamadas histerias de masas) que desencadenan algunos medios de comunicación y redes sociales. La dramatización abona el terreno grupal hacia la identificación proyectiva e introyectiva masivas: el sensacionalismo, las conspiraciones paranoides que avanzarán hasta que se pueda producir una autolimitación y estabilización.

A partir de aquí, en el cuarto capítulo, empieza una bella, extensa y completa descripción de lo que el autor denomina sistema emocional del miedo, sobre el cual ha estado trabajando en los últimos años. Sus conceptualizaciones nos parecen de tremenda actualidad y utilidad para cualquier lector y en especial para aquél o aquella que trabaje con niños y niñas y sus familias.

En él describe la vida como un tránsito entre ansiedades de separación y procesos de duelo: nos separan o nos separamos del pecho materno y experimentamos sensaciones de pena, de duelo. Nos separan o nos separamos de nuestros compañeros, amigos, amores y experimentamos pena, tristeza y duelo y así durante toda la vida. Ante cada separación existe un miedo. De cómo lo expresemos y de cómo el sistema social nos deje expresarlo se va a resentir nuestro mundo emocional y/o el sistema cultural y social. Así el sistema emocional del miedo va estructurando progresivamente los valores morales de la sociedad: el contrato social, que denomina Tizón, y las posibilidades de reestructuración social en la salida de la crisis pandémica.

Los miedos, la simbología de los miedos, los metamiedos condicionan la aparición de miedos postmodernos que el autor cataloga en doce tipos diferentes. Por ejemplo, el miedo a perder la intimidad o el miedo a enfermar estadísticamente o, lo que es lo mismo, a estar en un grupo de riesgo. Evitar esos riesgos en lugar de asumirlos es una de las causas de la medicalización de la vida cotidiana.

El miedo a perder la intimidad está ligado con el sentimiento de soledad y el miedo a este sentimiento. La soledad, como dice el autor, está relacionada con una intimidad placentera, satisfactoria, conseguida a través de nuestra propia integración y equilibrio emocional como personas. El que siente miedo a la soledad, lo siente porque se siente inseguro, con falta de equilibrio en sus emociones, y esa persona, ese niño o esa niña, en vez de salir en busca de los otros, se cierra, se bloquea y se queda solo. La soledad es un buen indicador del bloqueo de la evolución e integración personal y emocional, en niños y niñas pequeños, en especial, aquellos que juegan solos nos indican que están sufriendo.

La opción que toman algunas personas, niños y adolescentes incluidos, para combatir este miedo son las relaciones informatizadas, definidas por el autor como la ilusión de relacionarnos sin los riesgos de relacionarnos, con las limitaciones emocionales que conlleva.

A continuación, Jorge nos habla de las emociones primigenias y de los niveles para la contención emocional. Como es habitual en sus libros, una serie de tablas ayudan a integrar su conceptualización. Desde el psicoanálisis aporta elementos para entender la necesidad de experimentar, no negar y elaborar emociones primigenias como el miedo, la tristeza, el apego y la ira. Todas necesarias, al igual que el interés, la alegría y el deseo. Destaca el valor del sistema juego-alegría para combatir al sistema miedo-pena y así poder elaborar los conflictos emocionales y cognitivos existentes en las crisis personales derivadas de la crisis social actual. Resulta imprescindible, también, utilizar los factores de contención y resiliencia para disminuir la posibilidad de desequilibrio personal y psicosocial que favorecen la aparición de los trastornos mentales.

Sus trabajos sobre las emociones primigenias y cómo éstas generan la psicopatología, las organizaciones psicopatológicas de las personas, muestran un alternativa creativa y realista para transformar, algunos dirían eliminar, los sistemas de clasificaciones diagnósticas habituales en los servicios de Salud Mental que tanto estigma y marginación han generado socialmente.

A continuación, se nos invita a pensar en las medidas y cuidados necesarios, encontramos listas de lo que hay que hacer y de lo que NO hay que hacer. Por ejemplo, en la lista de lo no recomendable sitúa la tentación de aislarse personalmente, versus lo recomendable: estimular la solidaridad de grupo. O no colaborar con el sensacionalismo, el catastrofismo y los medios de difusión de este tipo y en cambio transmitir informaciones útiles y contrastadas. O no desaprovechar la ocasión que nos da la crisis para hacer cambios sino repensar el mundo, orientarse hacia un humanismo y un ecologismo radicales.

Existen recomendaciones a nivel personal y grupal y dentro de lo grupal destacan las dirigidas al personal sanitario y de los centros de salud, como, por ejemplo, que practiquen la autoobservación, que entiendan que sentir emociones desagradables no es una amenaza, es una reacción normal de defensa de nuestra mente ante el peligro. Pero que la tristeza prolongada, las dificultades para dormir, los recuerdos intrusivos o la desesperanza sostenida pueden alertar de complicaciones. Que compartan su estado con algún compañero, con un supervisor o que busquen ayuda profesional si es necesario. Que se dejen cuidar sin sentirse avergonzados ni culpables. Entre las formas de cuidar al personal sanitario en este trance tan difícil, Tizón propone promover iniciativas que les ayuden a desarrollar sus capacidades de contención y resiliencia, a modular sus emociones, reacciones y actitudes, y entre estas iniciativas nos invita a ofrecerles grupos tipo Balint en videoconferencia.

En el último capítulo, “Repensar el futuro: la pandemia de la Covid-19 como oportunidad transformadora”, parte de un principio básico que se nos ha hecho evidente en esta crisis: no puede haber progreso sin interdependencia. Sin solidaridad y comunitarismo no hay futuro. Hay que desarrollar una cultura de la gratitud y la reparación. El ideal del yo, el ejemplo a imitar ya no puede seguir siendo el guerrero, el héroe, el poderoso, el ejecutivo, el acumulador de riqueza, sino el ser humano orientado por la gratitud, el reconocimiento agradecido, y la reparatividad, la necesidad y capacidad de reparar nuestros errores y ataques a las relaciones interhumanas y a la naturaleza. Si esto no ocurre nos advierte de la posible aparición de tendencias a veces institucionales y a veces personales hacia reacciones intrusivas y perversas en la realidad del otro, del compañero, amigo o familiar.

Este libro nos ayuda a pensar en cómo aprovechar la crisis. Como dice en la contraportada, es un libro que ayuda a repensar el futuro o los futuros posibles. Vamos a necesitar salud, apoyo mutuo y creatividad para que el camino hacia el cambio sea esperanzador.

 

Jordi Artigue
Psicólogo clínico – Psicoanalista SEP-IPA
e-mail: jordiartigue@gmail.com

 

Neri Daurella
Psicóloga clínica – Psicoanalista SEP-IPA
e-mail: neri_dau@hotmail.com