Introducción
Es obvio que todo analista o psicoterapeuta deberá soñar con sus pacientes, aunque sea como “restos diurnos” que constituyen el material de construcción del que se abastece todo sueño para edificar una determinada realidad interna exclusiva del soñador. Otra cosa es que, además, tales sueños sean significativos para comprender al paciente. Como en mi entorno analítico no se habló ni publicó sobre el tema, entendí que no debía ser objeto de estudio profesional, sino quedar en la esfera privada, del análisis personal. Así fue mientras compartí los sueños con mi analista, y más adelante como material de autoanálisis. No obstante, la presencia de algunos pacientes en mis sueños me obligó a pensar en ellos, además de en mí. Y me planteé que si reconocía las turbulencias emocionales que las proyecciones del paciente generaban en mí durante las sesiones, y la necesidad de distinguir lo propio de lo que correspondía al paciente, (con la ayuda de mi análisis, de la supervisión o el autoanálisis), por qué no admitir también el impacto en mi vida onírica, con su correspondiente elaboración. Aunque la responsabilidad de la construcción del sueño sea del soñante, los elementos tomados del paciente poseen un sentido respecto de este. En última instancia, se me hizo patente que el sueño del analista remite a la contratransferencia, o mejor dicho, a una forma más de elaboración de la misma.
Creo que uno de los avances del psicoanálisis en las últimas décadas es haber incorporado el trabajo de la contratransferencia como herramienta ineludible de la tarea analítica para comprender mejor al paciente, siempre que se use adecuadamente. Entiendo la contratransferencia en un sentido amplio, como el estado mental (consciente e inconsciente) generado en el analista (con sus derivados conductuales) a partir de las manifestaciones del paciente (conscientes e inconscientes) en un marco profesional determinado: la situación analítica. Hoy día entendemos mejor la afirmación de Freud (1912) que la relación analítica se basa en la comunicación entre el inconsciente del paciente y el inconsciente del analista. En un doble sentido: primero, porque al ser inconsciente no siempre el analista capta de inmediato su significado, sino que requiere de un proceso de elaboración, que lleva tiempo; y segundo, que hoy día tenemos una idea más amplia de la comunicación inconsciente, al considerar además de lo que vemos a través de las palabras, la comunicación extraverbal, incluso de los niveles primitivos originados en los estadios del desarrollo psíquico previos al establecimiento de la capacidad de verbalización y simbolización, por lo que son estados de la mente que el paciente no puede traducir en palabras. La tarea del analista estriba en captarlos en sí mismo, en su contratransferencia, y devolverlos al paciente de manera simbolizada y tolerable. Con esta descripción me estoy refiriendo a la bien conocida fantasía inconsciente de la identificación proyectiva, descrita por Klein y desarrollada por autores kleinianos contemporáneos como W. Bion (1959), H. Rosenfeld (1971) y B. Joseph (1987), entre otros.
Existen varios recursos para captar y elaborar el impacto contratransferencial de esta comunicación primitiva. Cito aquellos que me son más conocidos: el psicoanálisis personal, la supervisión, y la auto supervisión; es decir, la revisión sistemática del material del paciente, con tal de comprenderle, en los períodos en que nos encontramos con dificultades; la observación en el paciente de actuaciones repetidas como indicadores de aspectos contratransferenciales no elaborados; asimismo, la conciencia diferida de enactments del analista; y por último, los sueños del analista en los que está involucrado el paciente, que ahora nos ocupa.
Soñar con el paciente implica que este ha entrado con fuerza en la vida psíquica del analista, bien sea por la patología considerable, o por tratarse de un momento crucial del proceso terapéutico, y que exista un encuadre que facilite un contacto intenso entre el inconsciente del paciente y el del analista. Cuando el analista necesita soñar con su paciente, es que no han sido suficientes los otros recursos para elaborar los impactos contratransferenciales.
Pero ¿cuál es la función de los sueños? Una niña de cuatro años le comentaba de pasada a su padre lo que había soñado. Este, psicoanalista, se interesó por su idea sobre los sueños. Un poco extrañada por la obviedad de la pregunta, contestó con toda naturalidad: “Pues… es como pensar”. El padre sonrió feliz por la ocurrente respuesta. Efectivamente, hoy día, nos resulta insuficiente la idea freudiana de los sueños como satisfacción de deseos infantiles, o para preservar el dormir. Creemos que concebirlos como una forma de pensamiento inconsciente, se adecúa más a la realidad clínica y ordinaria. Y en el tema que nos ocupa, para seguir pensando sobre el paciente.
El primer sueño del analista referido a un paciente procede del propio Freud. Es el conocido sueño de Irma, en La interpretación de los sueños, utilizado para su autoanálisis, pero al parecer, no para comprender mejor a su paciente. De ahí, quizá que los sueños del analista quedarán limitados al terreno del autoanálisis. Ha sido necesario el reconocimiento de la importancia de la contratransferencia para incorporarlos a la tarea analítica.
Según un estudio (Whitman, et alt. 1969), en el seis por ciento de los sueños del terapeuta los pacientes aparecen en el contenido manifiesto, mientras que en un treinta y cuatro por ciento lo están en el contenido latente. Y ello es así tanto en el analista en formación como en el experimentado (Lester et alt., 1989). Por mi experiencia, diría que tales cifras son más altas, sobre todo las primeras.
Narraré dos sueños del analista que responden a dos pacientes y contextos clínicos diferentes. El primero se enmarca en el curso de un proceso analítico—por eso el material será más extenso—y donde además el paciente aparece en el contenido manifiesto. El segundo sueño surge sin referencia alguna a pacientes, y fueron las asociaciones del analista las que lo conectaron con uno en particular.
Primera viñeta clínica: el Sr. N.
Describiré algunos hitos de la evolución del proceso analítico de varios años en función de las reacciones del paciente ante las separaciones analíticas, incluyendo las repercusiones en el analista. Luego relataré mi sueño, en ese contexto. Finalmente, traeré un sueño del paciente, ocurrido tiempo después.
Durante la primera época del tratamiento, tras salir de la sesión del viernes (última de las cinco que realizábamos) el Sr. N corría a refugiarse en el descansillo que antecede al terrado (mi despacho se encontraba en un ático), según me explicaba el lunes; permanecía sentado un rato para tranquilizarse, y una vez recompuesto, marchaba. Dados sus considerables recursos yoicos, que le permitieron realizaciones profesionales importantes, podía esperar hasta el lunes sin reclamar la ayuda del analista, aunque disociando la experiencia dolorosa de la separación, que solía generar diversas actuaciones, y manteniendo un cierto control sobre ellas.
El Sr. N decía que la sesión del lunes era de “aterrizaje” lento, salvo si había ocurrido algo que necesitaba evacuar enseguida, y además culpabilizar de ello al analista. El martes y miércoles suponían un “crescendo” en cuanto a sentirse más “adentro” de la experiencia analítica; implicación que el jueves comenzaba a declinar, aunque mucho menos de lo que hubiera deseado, pues el viernes resultaba traumático el fin de la sesión.
Hito 1. “Parálisis” pasajera de las piernas. Nos encontramos al inicio del tercer año de análisis y unas semanas antes de las vacaciones de Navidad. El paciente expresa sensación de mejoría respecto a tolerar la separación y diferenciación del analista. Como consecuencia de esos progresos, el Sr. N insinúa por primera vez, para sorpresa suya, que el análisis podría terminar en algún momento. Me muestro de acuerdo con él, dando por supuesto que el paciente asumía el sentido de estas palabras. Su reacción posterior de características catastróficas, me demostró cuán lejos estábamos aún de tal decisión. Durante las sesiones siguientes, puesto que habíamos “entrevisto” la terminación, el Sr. N entendió que no debía esperar mucho del analista, y que era casi de su entera responsabilidad todo el trabajo de las sesiones.
Un día, hacia el final de la sesión, expuso una serie de asuntos que le preocupaban, y parecía esperar que yo hiciera algún comentario, pero no consideré necesario intervenir y señalé el final. El Sr. N quedó perplejo, tardó un poco en incorporarse del diván, como si le costara levantarse. Era evidente que había sentido la terminación como un corte imprevisto y brusco. De repente se levanta con gestos violentos y sin mirarme ni despedirse, sale corriendo, como si solo así, poniendo el cuerpo en acción, pudiera separarse, sin pensar lo que eso suponía.
Al día siguiente, explica que nada más salir de la sesión sintió tanta rabia que necesitó descargar un puñetazo con todas sus fuerzas, según su impresión, contra el cristal de la ventana del rellano de la escalera. Para sorpresa y suerte suya, añade, el cristal no se rompió, pues le hubiera sabido muy mal. Aunque fue consciente, al disparar el puño, de que podría romperlo, pensó que estaba dispuesto a pagarlo, así como que no le importaba dañarse la mano. Luego recordó que tiempo atrás, al salir de la sesión, tuvo otra descarga agresiva similar que dirigió contra el interior del ascensor, lo que ocurrió en dos ocasiones: en la primera, le dio patadas a las paredes del ascensor, lo que entendimos como una agresión a las partes bajas del analista, sus genitales (el asunto de la envidia respecto de la potencia psíquica del analista lo veníamos tratando, por entonces); la segunda vez, dirigió la agresión contra el espejo del ascensor, significando con ello golpear la cara del analista o su cabeza: allí donde él se refleja, a través de lo que el analista le devuelve. Ahora, la agresión también fue contra el cristal, la parte de arriba, pero antes de entrar en el ascensor, es decir, un lugar más próximo al espacio donde se había desarrollado la sesión. Con el tiempo, estas agresiones acabaron entrando en el despacho de varias formas. Por ejemplo, golpeando la pared junto al diván, o incluso golpeándose con fuerza la frente con el puño, en momentos de desesperación. En tales situaciones, le señalaba que debía ser muy intenso el dolor y la desesperación como para golpearse así, a fin de hacérmelo sentir a mí. Aunque solo al empezar a formular esta interpretación, el paciente dejaba de autoagredirse.
Vuelvo ahora a la sesión previa a las vacaciones de Navidad del tercer año de análisis, tras haber insinuado la perspectiva de un análisis terminable, donde muestra otra forma de violencia. Tanto en esta sesión como en las anteriores de nuevo estuvimos viendo la mayor conciencia del Sr. N sobre sus dificultades para aceptar la diferenciación y separación del objeto, lo que él sentía que le fortalecía. Cuando anuncio el final de la sesión, permanece inmóvil en el diván. Repito que es la hora, y me levanto. Por lo relatado de sus reacciones violentas ante la separación, esa primera resistencia me hacía presagiar algo similar. En ese momento, el paciente deja caer su brazo y luego no sé cómo su cuerpo rueda hasta la moqueta, quedando completamente boca abajo. Apoyándose en los codos, avanza mientras arrastra las piernas, inermes, como paralizadas. Alcanza la silla, alza el brazo, recoge su chaqueta y continúa arrastrándose hasta la puerta de la habitación. Cuando llega, todavía en el suelo, levanta la mano y parte del torso para acceder al pomo, y abre la puerta. De pie, junto a mi sillón, asisto atónito al desarrollo de esta dramatización, y experimento un cierto alivio al observar esa ligera incorporación pensando que ahí acabará el episodio. Pero no. Una vez abierta la puerta, el Sr. N se deja caer de nuevo y queda tirado en el suelo, boca abajo, en el umbral. Comienzo a preocuparme, pues en cualquier momento llegará el siguiente paciente. Sin pensarlo mucho, me dirijo hacia la puerta y le digo: ¿Usted cree, realmente, que no se puede levantar?” El Sr. N levanta la cabeza y me ofrece una mirada entre perpleja, atemorizada y desorientada. Al obtener esa contestación por toda respuesta, y siendo urgente resolver la situación, le digo: “Yo creo que usted tiene recursos para levantarse”. Acto seguido, sin decir nada, el Sr. N se incorpora con cierto esfuerzo, agarrándose al marco de la puerta y camina, sin ninguna dificultad psicomotriz hacia la salida.
Al día siguiente, espero con curiosidad la vuelta del paciente. No me siento muy satisfecho de mi intervención, porque estuvo más dirigida a preservar el encuadre del paciente siguiente, y tal vez también mi propio prestigio, que a comprender qué le sucedía al Sr. N, lo que hubiera requerido más tiempo. Pero preferí asumir la responsabilidad de mi enactment ante la incapacidad yoica del paciente en ese momento. Una vez en sesión, el Sr. N manifiesta su sorpresa por mi intervención de ayer, excepcional en mí. Le dije que quizá sintió el final de la sesión como un corte violento; de ahí su reacción de no disponer de sus piernas, y tener que arrastrarse, aunque al mismo tiempo podía ser una forma de violencia contra mí, pues yo quedaría desprestigiado ante el próximo paciente, si ofreciera esa imagen suya, tirado en el suelo. El Sr. N sabía que ese día de la semana en muchas ocasiones el timbre sonaba cuando aún no habíamos terminado la sesión. Replica que no pensaba quedarse en el suelo; esperaba que yo le hubiera dejado marchar arrastrándose hasta la puerta del piso, y si hubiera llamado el otro paciente se habría levantado. Reconoció que yo no podía saber todo eso, así como sus dudas sobre si, en realidad, se habría levantado a tiempo o habría permanecido en el suelo, de no intervenir el analista.
Como vemos, en el curso del tratamiento, el Sr. N ha necesitado actuar la violencia ante la separación en espacios físicos cada vez más próximos al despacho: el altillo, el ascensor, el cristal de la ventana, hasta la particular “violencia” en el mismo despacho, a fin de que yo me enterara de lo difícil que le resultaban las separaciones y de manera particular, entrever la posibilidad del final del análisis, aunque no se volvió a plantear el tema, hasta mucho más adelante.
Hito 2. El sueño del analista. Mi sueño ocurre durante un fin de semana poco después del episodio de la “parálisis” de piernas:
Me veo en mi despacho camino de la sala de espera para buscar al Sr. N. Abro la puerta, le saludo y me aparto para dejarle pasar. El paciente se pone de pie, se detiene y me pide que espere un momento, al tiempo que acompaña la puerta para cerrarla del todo. Pienso que debe estar intentando poner un poco de orden en la habitación, y prefiere que no le vea. A partir de la fugaz visión que me permitió la puerta entreabierta, tuve la impresión de que había algo raro y distinto de lo habitual en el cuarto. Como el paciente tardaba en salir, me dirijo de nuevo a la sala de espera y lo encuentro acurrucado en un rincón, asustado, como un niño pequeño que ha hecho una travesura, arrepentido y temeroso del castigo que está convencido merece. En efecto, en el rincón opuesto aparece un montón de escombros de arena o yeso con trozos de cascotes, la pared desconchada, como si hubieran estado picando en ella, dejando ladrillos a la vista e incluso con parte de éstos rotos. De la pared cuelga un teclado de ordenador y en el suelo observo éste que deja ver parte de su interior, cables y trozos de material. A pesar del destrozo, me dirijo al Sr. N y en tono tranquilo y conciliador le invito a pasar al despacho. El paciente se incorpora y entra.
Lamentablemente no tengo registradas las sesiones inmediatamente posteriores al sueño, para saber si su elaboración me sirvió para una mejor comprensión del paciente. Pero sí podremos ver la utilidad del sueño en el proceso analítico.
Comentario. El despacho debe representar la mente del analista que acoge al paciente tras una actividad destructiva. Es de observar que la destrucción se circunscribe a la sala de espera, y no abarca toda la habitación; es de señalar también que el propio paciente intenta reparar lo destruido, antes de que intervenga el analista. Ante su impotencia para llevarla a cabo queda a la espera del analista: ¿Le castigará? ¿Le ayudará en la reparación?
Podríamos encontrar respuesta a dicha agresión en las ansiedades de separación, sobre todo ante la terminación, aunque sea lejana; se le está haciendo más insufrible de lo que aparenta. Como he descrito, frente a las ansiedades de separación su respuesta ha sido las actuaciones violentas diversas. Que la agresión se produzca en la sala de espera indicaría que la “espera” analítica se le hace tan insoportable; aunque, al mismo tiempo, es un espacio fuera del lugar de las sesiones, quizá para preservar la relación analítica. La identificación proyectiva tiene más posibilidades de presión sobre el analista cuando el paciente se encuentra compartiendo el mismo espacio físico que este. Cuando se golpea la cabeza o se arrastra por el suelo, indudablemente ocasiona un mayor impacto, que cuando la violencia tiene lugar fuera y después lo explica. No obstante, hemos de recordar que se trata de un sueño del analista. ¿Qué sentido tiene para éste? Es como si el analista hubiera desarrollado inconscientemente un aspecto de la relación analítica, imposible durante la sesión. Aunque reconoce el ataque del paciente a su mente-despacho, advierte asimismo su preocupación, culpa y deseos de reparación de este, así como su impotencia. Quizá por esto, también aparece la imagen de un analista más tolerante, conciliador y no punitivo que le invita a pasar a la sesión, para ayudarle a llevar a cabo la reparación que él siente imposible. Podría haber sido un sueño del paciente perfectamente. ¿Quizá lo ha de soñar el analista porque en ese momento el Sr. N no puede?
Hito 3. Sueño del paciente. Dos años después del sueño del analista y algo más de cinco de tratamiento, el lunes y martes de una semana el paciente se queja de los esfuerzos realizados durante el fin de semana para asumir él solo sus responsabilidades. El miércoles, le comunico las fechas de vacaciones de Navidad que no coinciden con las que ya había escogido. Se lamenta de que ahora le cargo con más preocupaciones. Cuando está terminando la sesión, mira el reloj y dice que no le quedará más remedio que manejarse solo con la rabia y destructividad que siente dentro. Hace una pausa. Yo no digo nada, hasta que le comunico que es la hora. Al oírlo, se incorpora bruscamente, con violencia, se dirige hacia la puerta como un rayo, cogiendo de pasada el abrigo sobre la silla, abre la puerta de la habitación con fuerza y la cierra dando un portazo. Temiendo que la violencia la exteriorice fuera me levanto y le digo: «Tranquilo… tranquilo». El paciente se me queda mirando, fijamente, entre perplejo y asustado.
El día siguiente explica que se sintió infantilizado por mi intervención, al mismo tiempo que protegido. Recuerda la sesión en la que salió a rastras del diván porque tenía la impresión de que las piernas no le respondían, y que, en realidad, es como si me provocara para sacarme de mi posición de psicoanalista. Me muestro de acuerdo con su comentario. Luego señala el hecho curioso de que el lunes y martes de esta semana, al despertar, tuvo la misma sensación de que las piernas no le funcionarían al levantarse, lo que no pasó de ser un temor que se desvaneció una vez de pie. La reacción de ayer en la sesión fue justamente al revés, salió corriendo con violencia. Le comento que tal vez por temor a quedarse de nuevo sin poder andar. Recuerda entonces un sueño de la noche anterior que piensa puede guardar alguna relación:
Yo estaba casa de usted, por la noche. O era su despacho, porque se suponía que solamente estaba usted. Me paseaba por la sala de estar, mientras usted dormía en otra habitación. Me sentaba en una silla y luego en otra, hasta probarlas todas. Así, me fui tranquilizando. Al cabo de un rato, decido que ya me puedo marchar. Pero en ese momento aparece usted, como para ir al lavabo. Al verme, su reacción es la de saludarme tranquilamente con un “buenas noches”, lo que me sorprende. Al verme, su reacción es la de saludarme tranquilamente con un “buenas noches”, lo que me sorprende. No sé si dice algo más, o queda implícito que ya hablaremos de ello en la sesión del día siguiente. Y esta mañana me he levantado sin ese temor de que las piernas no me funcionarían. Aunque luego, durante la mañana, me ha costado esfuerzo hacer mi trabajo. Quería venir a la sesión, aunque con cierto temor. No sabía cómo lo encontraría a usted. Aunque veo que está receptivo y conciliador. Y lamenta lo ocurrido ayer.
Mientras le escucho, me viene a la memoria otro sueño:
Al ir a buscar al paciente a la sala de espera, veo una pared de la habitación algo destrozada, con la pintura y el yeso caídos, como si la hubiera picado en la pared, y el paciente en un rincón de la sala, asustado.
Pero… de pronto me doy cuenta que este sueño no le pertenece al paciente, sino que era mío. Efectivamente, es el sueño del analista, ya relatado. En todo caso, al evocarlo ahora me permite contraponer los dos sueños: por un lado, el del paciente, en el que él entra en mi casa-despacho-mente, y no rompe nada, sino que se tranquiliza brevemente al tomar asiento en una y otra silla, y por otro lado, mi sueño anterior en el que destroza parte de la sala de espera. Entre ambos sueños se configura una imagen de la evolución favorable del paciente. Con estos pensamientos me decido a intervenir, centrado en las ansiedades de separación.
Le digo que la pena sería si no entendemos lo que ha pasado. En el sueño, usted entra en mi casa-mente, para ocupar distintos sitios dentro de ella. Como si necesitara colar dentro de mí ciertas facetas de su vida mental para que yo las viva y así saber cómo son, para luego devolvérselas y que usted las conozca. Y eso, le tranquiliza. Es algo pasajero. No se instala dentro de mí, pues una vez realizada esa acción se marcha. Y aunque le sorprendo, no le expulso, ni tampoco lo pasamos por alto, «pues acordamos tratarlo en la sesión de mañana». Creo que esa actividad de instalarse dentro de mi mente, sucedía tanto ayer como cuando se arrastró por el suelo. Ayer, con su reacción violenta que provocó en mí una actitud enérgica para frenarlo, y tiempo atrás, cuando usted en el suelo frente a la puerta, me paraliza al colocarme en situación de no poder pensar, sino tan solo actuar. Además, añado, el sueño indicaría que tales actividades de usted ocurren mientras duermo, es decir, cuando no estoy despierto, atento a lo que le pasa a usted (asiente con la cabeza). Pienso también, aunque no se lo dije, que las actividades que ocurren mientras el analista duerme pueden ser los propios sueños de este con el paciente, para continuar elaborando las proyecciones aún no suficientemente metabolizadas.
El paciente contesta que, aunque ha estado preocupado por lo de ayer, ha podido cumplir con sus compromisos. “Estuve con mi padre, y de una manera como hacía tiempo que no conseguía. En el sentido de buena relación, de cierta sintonía, espontáneo… y no a la defensiva, como es habitual.”
Comentarios a la primera viñeta. En los hitos escogidos muestro la intensidad de la relación del paciente con el analista, presionándolo a actuar en un sentido que le permitiera deshacerse del dolor psíquico, para evitar la comprensión de lo que estaba ocurriendo, en particular con la experiencia de separación. Ello es así porque el nivel de la mente que se pone en acción en tales momentos es de características primitivas patológicas, o el de un estado esquizoparanoide. Dejo de lado otros niveles más evolucionados que también estuvieron presentes, y que trabajé de manera distinta.
En mi sueño aparece una actividad destructiva del paciente contra el despacho-mente del analista, junto a la impotencia del paciente para reparar lo dañado. Este material onírico me permite tomar conciencia de uno de los aspectos de la función analítica: la reparadora. De acuerdo con R. Money-Kyrle (1956), en la función analítica concurren tres aspectos: una curiosidad científica, una función parental y un impulso reparador. El impulso reparador se basa en la fantasía inconsciente del analista de que el paciente representa sus objetos dañados (del analista) que aún necesitan cuidados y reparación; y en cuanto a la función parental, el paciente representa además el self infantil del analista, por lo que para conseguir una relación de empatía e insight el analista ha de identificarse, aunque parcial y temporalmente, con tales aspectos. H. Rey (1988) dice algo similar: uno de los motivos por los que los pacientes acuden al análisis es para que les ayudemos a reparar sus objetos internos.
Mi sueño me permitió comprender la desesperación del paciente incapaz de reparar, lo que le llevaba con frecuencia a poner al analista en situaciones límite en un intento de forzarlo a responder con reacciones punitivas. Hemos visto que en algunas de mis reacciones hubo una respuesta que era a la vez punitiva, y una actitud enérgica para frenar su destructividad. En mi sueño, en cambio, mi actitud tolerante y conciliadora frente al destrozo ocasionado por el paciente y su impotencia a repararlo debe ser porque he sido capaz de identificarme con el self infantil del paciente asustado por su agresión. Ahí puedo empatizar con él sin confundirme, y ofrecerle una posibilidad de reparación: invitándole a pasar a la sesión para hacer análisis. El sueño posterior del propio paciente, entrando en la casa del analista y probando las sillas, indicaría otra manera de “entrar” en la mente de aquél, ahora sí que para aprender de él… y no para agredir su interior, lo cual le tranquiliza. Asimismo, la imagen del analista que aparece en su sueño es también tolerante y conciliadora, invitándole a la sesión de mañana para seguir tratando lo sucedido.
Segunda viñeta clínica: el Sr. C
Este es el relato de un sueño propio, sin aparente relación con ningún paciente:
En la acera de la plaza principal de un pueblo que enseguida identifico como el mío, dos figuras emergen con nitidez: mi analista y yo, sentados en sillas, dispuestas como en una sesión de análisis, es decir, él detrás de mí. Estamos finalizando una sesión. Pienso que he de hablar de la terminación de mi psicoanálisis con él. Y en ese momento mi analista se levanta, avanza, se coloca delante de mí y en el tono entre amable, informal y cordial que solía adoptar fuera de las sesiones —cuando lo encontré una vez finalizado mi análisis— me dice que deberíamos hablar de la terminación. Precisamente —le contesto— ahora mismo estaba pensando en eso, cómo hablarle de acabar esta larga e importante experiencia. Luego, continuamos hablando un poco más. Al terminar la conversación entre mi analista y yo quedaba claro que aún faltarían algunas sesiones para finalizar el análisis. Como si con esta charla iniciáramos la despedida.
Estas son mis asociaciones al despertar: sin ninguna duda la escena transcurre en mi pueblo natal; reconozco bien la plaza y el lugar de la escena está próximo a un establecimiento de un familiar fallecido hace algún tiempo, donde habíamos compartido comidas en familia, de vez en cuando. La terminación del análisis no podía aludir a mi propio análisis, finalizado hacía muchos años, incluso mi analista hacía ya unos pocos que falleció. Es entonces cuando me vino en mente un paciente, el Sr. C, con el que habíamos comenzado a hablar de la terminación de su análisis aunque de manera poco clara y con ciertas resistencias, quizá por ambas partes.
Comentario a la segunda viñeta. Este es un ejemplo de sueño aparentemente no contratransferencial, pues no aparecen pacientes en el contenido manifiesto. Sin embargo, las asociaciones del analista traen a un paciente en particular. Es significativa la escena con mi propio analista planteando la terminación del análisis. Puesto que hace muchos años que terminé, y como también dije, él falleció hace unos pocos, vendría a significar otra experiencia de despedida de él, por una parte. Qué duda cabe que estoy tratando de seguir elaborando la pérdida de mi analista, algo que se activa ante el hecho de que con uno de mis pacientes surgiera la posibilidad de la terminación, y que hubiera observado ciertas resistencias por su parte. El sueño me lleva a la reflexión de mis propias resistencias. Recordemos que en mi sueño es mi analista quien verbaliza el tema de la terminación, como si yo “paciente” tuviera dificultad en exponerlo, aunque estaba pensando en ello. Es decir, yo me identifico con mi paciente que tampoco se atreve a plantearlo con claridad. Y mi analista acude en mi auxilio, al colocarse frente a mí, es decir, “encarar” el problema. Es entonces cuando yo, identificado con mi paciente, también me atrevo a verbalizarlo. O sea, mi analista, establecido en mi mundo interno, me ayuda a vencer mis resistencias. Que la escena tenga lugar en mi pueblo natal confiere más significados: no solo habla de la finalización de mi propio análisis y de la pérdida de mi analista, sino de otras pérdidas de mi vida. Así que el sueño me permite un insight de mi resistencia en ayudar al paciente en la terminación, debido a que aceptarla comporta un nuevo duelo que me remite a otros duelos ligados a los objetos internos de la historia de mi vida. Dicha elaboración me permitió plantear al Sr. C la conveniencia de la terminación de nuestro trabajo y fijar un plazo para ello.
Comentarios finales
Algunos autores consideran los sueños contratransferenciales como indicadores del temor o la negación del analista a perder su competencia analítica, y tendrían una función curativa si ayuda al analista a reconocer las perturbaciones de la relación analítica (Zwiebel, 1985). No necesariamente, a mi parecer. Como espero haber mostrado con el material clínico, más bien puede ser un recurso necesario, en ciertos momentos, para acceder a los aspectos inconscientes del paciente que no han sido asequibles con otros recursos, y a elaborarlos. Es más, pienso que forma parte de la competencia analítica.
A veces, los sueños del analista constituyen una forma de contener los sentimientos y pensamientos que el paciente no se atreve a soñar ni verbalizar (Pollack-Gomolin, 2002), y hemos de soñar en su lugar. Es el caso de la primera viñeta. Cuando “el analista se identifica con la parte inaceptable del paciente, que puede simbolizar dentro de sí mismo y representar lo que el analizando no ha sido capaz de mentalizar” (Brown, 2007). Aunque, a veces, puede darse una actividad complementaria, en la que el analista necesita soñar el paciente para elaborar lo que no ha conseguido de otra manera, al tiempo que el paciente también sueña para colaborar por su parte. Con los ejemplos clínicos expuestos he mostrado también dos situaciones que responden a dos tipos de contratransferencia. Una sería la contratransferencia de base del proceso analítico (el primer caso) y otra, la contratransferencia referida a momentos puntuales del proceso (el segundo).
Money Kyrle (1956), habla de una contratransferencia desviada de la contratransferencia “normal” (con comillas) cuando hay un momento en que perdemos la comprensión del paciente. Y piensa que hemos de considerar contratransferencia normal (sin comillas) la que incluye dichos momentos que son ineludibles, para elaborarla y así salir de esos micro, o no tan pequeños, impasses en el proceso analítico.
Considerando la función analítica basada en el impulso reparador y en la función parental, diría que la contratransferencia es menos problemática cuando predomina la realización de la función parental. En cambio, cuando la tarea tiene que ver con la reparación y, por lo tanto, con lo dañado y destruido creo que se hace mucho más difícil. En otras palabras, la función parental predomina en pacientes menos patológicos, mientras que la función reparatoria prevalece cuando existe un funcionamiento más patológico y psicótico. Y en ambos, estaría presente, por parte del analista, la curiosidad científica por saber y comprender todo eso.
Para terminar, según Money-Kyrle (1959), el analista introyecta las proyecciones del paciente con las cuales se identifica y las devuelve de manera elaborada. Pero para que ello sea posible es necesario mantener de manera continuada un suficiente grado de proximidad con el inconsciente del paciente que no siempre se consigue, bien sea por la intensidad de las proyecciones o por la cualidad de las mismas que afectan puntos sensibles (o ciegos) del analista. Entonces, puede darse en el analista una introyección prolongada, o bien una proyección con devolución no elaborada de lo proyectado por el paciente. Con los sueños del analista creo que sucede algo así como una forma de “introyección prolongada” de aspectos del paciente, aunque no necesariamente para quedar fijado a ella, sino para encontrar otra vía de elaboración. En definitiva, estoy de acuerdo que los sueños contratransferenciales no solo son fuente para continuar el autoanálisis del analista, sino que proporcionan insights sobre el paciente (Myers, 1987). Aunque, como sucede siempre con el análisis de toda manifestación contratransferencial, habrá que discriminar cuidadosamente lo que corresponde al paciente de lo que pertenece al analista.
Referencias bibliográficas
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Lester, E.P., Jodoin, R. and Robertson, B.M. (1989). Countertransference Dreams Reconsidered: A Survey. International Review of Psycho-Analysis. (16). pp 305-314.
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Pollack-Gomolin, R. (2002). The Countertransference Dream. Mod. Psychoanal. (27). pp. 51-73.
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Rosenfeld, H. (1971). Contribution to the Psychopathology of Psychotic States: the importance of the projective identification in the ego structure and object relations of the psychotid patients. En Melanie Klein Today. E.B. Spillius. Rotledge. (1990).
Whitman, R.M., Kramer, M. and Baldridge, B.J. (1969). Dreams about the Patient—An Approach to the Problem of Countertransference. Journal of the American Psychoanalisis Associationn. (17). pp. 702-727.
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Resumen
Hoy día consideramos la contratransferencia como un aliado para una mejor comprensión del paciente. Al ser un fenómeno de base inconsciente, detectarlo y procesarlo requiere tiempo y elaboración, así como discriminar qué corresponde al paciente y qué al analista. Entre las diversas vías para realizar dicha tarea el artículo se ocupa exclusivamente de los sueños del analista conectados con el paciente. Se revisan algunas aportaciones bibliográficas significativas sobre los sueños contratransferenciales. Para generar un impacto contratransferencial considerable que active sueños en el analista serían necesarias algunas condiciones: una patología importante del paciente, un momento crucial del proceso terapéutico y un encuadre que facilite un contacto intenso entre el inconsciente del paciente y el del analista. A través de material clínico de dos pacientes, se exponen dos sueños del analista ligados a momentos diferentes del proceso analítico.
Palabras clave: contratransferencia, sueños del analista, encuadre analítico, elaboración.
Abstract
Nowadays we consider countertransference as an ally for a better understanding of the patient. Being a phenomenon with an unconscious basis, detecting and processing it requires time and elaboration, as well as discriminating what corresponds to the patient and to the analyst. Among the various ways to accomplish this task, the paper deals exclusively with the analyst’s dreams connected with the patient. Some significant literature contributions on countertransferential dreams are reviewed. In order to generate a considerable countertransferential impact that activates dreams in the analyst, some conditions would be necessary: an important pathology of the patient, a crucial moment in the therapeutic process and a setting that facilitates an intense contact between the patient’s unconscious and the analyst’s unconscious. Through the clinical material of two patients, two dreams of the analyst linked to different moments of the analytic process are presented.
Keywords: Countertransference, analyst’s dreams, setting, working-through.
Antonio Pérez-Sánchez
Miembro titular con funciones didácticas y supervisor de la SEP y de la IPA.
Coordinador del Comité de la IPA para el Grupo de Estudios de Portugal Núcleo Portugal de Psicoanálisis.
Miembro del equipo de redacción del Diccionario Enciclopédico Interregional de la IPA.
[1] Este trabajo es una versión modificada y ampliada del presentado en Congreso de la IPA, México, 2011, y en una sesión científica de la Sociedad Española de Psicoanálisis