Notas preliminares

 Ditirambo es el nombre dado al canto litúrgico en honor del dios Dioniso. Es un poema lírico escrito en tono entusiasta. Siendo una forma poética, del que nacerá la tragedia, nunca fue un lirismo individual sino que era el lirismo de una muchedumbre de creyentes, «el lirismo impetuoso de todo un pueblo» (Nietzsche, 1875). La tragedia resulta ser, entonces, una evolución de aquel lirismo coral, pudiendo concebirse que su origen era puramente religioso y que en su origen era únicamente coro. Un coro que sería el protagonista y no la representación del pueblo o el espectador ideal.

En el culto y la religión griega predominaba la espiritualidad colectiva, coral, sobre la interior e individual.

Las tragedias no eran dramas destinados a ser leídos sino a ser representados. Y, en esta representación de las tragedias, la música jugaba un papel importante: apoyar el poema y reforzar la expresión de los sentimientos y el interés de las situaciones. En la medida en que esta música no nos ha llegado, se nos ha perdido, nosotros, ahora, como espectadores quedamos limitados en nuestra experiencia de estas tragedias griegas al no estar presente esa música y su finalidad: trocar la pasión del dios y del héroe trágico en una fortísima compasión. La tragedia, pesimista por esencia, en la que la existencia es horrible y el ser humano muy insensato, surge de la profunda fuente de la compasión.

En este trabajo tendremos en cuenta a los tres grandes trágicos griegos: Ésquilo, Sófocles y Eurípides, con esta incierta posibilidad de ordenación cronológica. Podemos considerar que con Ésquilo, sobre todo en su gran primer periodo, se alcanzó la floración y el punto culminante del drama musical griego, la tragedia, antes de haber sido influido por Sófocles. Con éste comienza la decadencia paulatinamente hasta que por fin Eurípides, con su reacción contra el canon de la tragedia esquilea, provoca el final con una rapidez tempestuosa (Nietzsche, 1871). Pero en los tres trágicos el drama humano, entre los vivos, con los muertos y con los dioses, será omnipresente y presidirá sus obras. Con continuos juicios y valoraciones de sus actos.

Ya en Homero se presentan ideas morales pero será en Ésquilo en donde se harán centrales, sobre todo la necesidad de justicia. Sus tragedias plantean un problema de derecho: el error de los hombres reside en que muchas veces exigen más de lo que tienen derecho a exigir. La venganza que ejercen supera al crimen que quieren castigar y de esta manera se hacen reos de una nueva venganza. También la cuestión de la culpa del hombre, presente en tantas culturas, se pone de manifiesto y es protagonista en las obras de los trágicos griegos. Y una culpa que no necesariamente es una culpa personal por infracción individual de una ley moral. Puede ser dinástica, a pagar por los descendientes. Puede estar vinculada a la soberbia del hombre, cuando desprecia la voluntad de la divinidad. Puede deberse, también, a la envidia de los dioses ante una saga humana poderosa, exitosa de una forma prolongada y duradera.

 

El contexto del sueño

 Agamenón, hijo de Atreo, rey de Micenas y de Argos, fue el general supremo que acaudilló la fuerza expedicionaria que se dirigió a la conquista de Troya. A su regreso, fue asesinado por su mujer, Clitemnestra, y por el amante de ésta, Egisto, en venganza por la muerte de su hija Ifigenia, inmolada por Agamenón en Aulide para calmar las iras de la diosa Artemisa y permitir así a la flota aquea zarpar de aquel puerto donde la retenían los vientos adversos y le impedía regresar tras la guerra de Troya.

Argos y Micenas eran ciudades vecinas. Pero con el nombre de Argos también se entiende toda la región, la Argólida. Incluso Homero aplica aquel nombre a todo el Peloponeso. A veces, los griegos igualaban Argos y Micenas.

Leyendo a los trágicos, se llegan a reconocer cinco hijos de Agamenón con Clitemnestra: un varón, Orestes; y cuatro mujeres: Crysótemis, Ifanassa, Ifigenia y Electra.

Sófocles aísla de las leyendas tebanas dos figuras principales, Edipo y Antígona. Y de las historias de los atridas una figura: Electra. En su tragedia Electra,  Sófocles presenta a la protagonista como la protectora de Orestes: tras el asesinato del padre por parte de Clitemnestra y su amante, y ante la posibilidad de que el heredero, Orestes, aún niño, sea a su vez sacrificado, Electra organiza su huída a otra región, la Fócida. Pasados los años, Orestes regresa a su tierra para asesinar a su madre Clitemnestra y a Egisto, que ha usurpado el trono de Agamenón, y así vengar al padre. Venganza exigida a Orestes por el dios Apolo.

Es Ésquilo, de los tres trágicos, quien subraya la venganza como un plan divino, al presentar a Apolo ordenando, exigiendo y amenazando repetidamente a Orestes para que la cumpla. Apolo, dios de la Medicina, de la Música, de la Profecía, dios de la luz. Por ello se le apoda Febo, «el radiante». Y también intérprete de sueños. El oráculo délfico o pítico era el más famoso de toda Grecia. Situado en Delfos, centro de la tierra, ombligo del mundo, allí Apolo era el dios consultado y la sacerdotisa que respondía por él era llamada la Pytia o Pytonisa pues Delfos tomaba también el nombre de Pyto en recuerdo de la monstruosa serpiente Pyton a la que Apolo dio muerte.

No es excepcional en el teatro griego ver a los personajes contar los sueños que creen de mal presagio, y sus sufrimientos, al sol, a la luna o al cielo. Eurípides usa este recurso varias veces. Su Electra interviene por primera vez así: «¡Negra noche, nodriza de áureos astros,…!». Y la Electra de Sófocles lo hace con estas palabras después de expresar su sentimiento de desgracia: «¡Oh, luz sagrada y aire que envuelves la tierra!». En particular, el sol tenía, según la concepción popular, diversas virtudes que explican la costumbre de contarle sueños: en tanto que dios de la luz y de la pureza, disipaba los terrores de la noche; como dios que todo lo ve, podía revelar a su vez los peligros con los que el sueño amenazaba; finalmente, era una divinidad salvadora.

 

El sueño en Electra de Sófocles

 Electra se encuentra extramuros del palacio real, en la acrópolis de Micenas. Allí estaba, recién llegado del exilio, su hermano Orestes, que se oculta al salir Electra del palacio. Después de lamentarse a la luz sagrada y al aire que envuelve a la tierra, Electra comienza a dialogar con el coro compuesto por quince muchachas micénicas hasta que se presenta su hermana Crysótemis con ofrendas fúnebres en sus manos. Electra interroga a Crysótemis y llega a saber por ella que Clitemnestra, madre de ambas, le ha encargado a Crysótemis que deposite las ofrendas en la tumba de Agamenón a partir de un terror nocturno que la madre ha tenido la noche recién pasada. Electra le pide a su hermana que le cuente las visiones de la madre y Crysótemis dice:

Corre el rumor de que ella ha visto a nuestro padre venido a la luz del sol, en una nueva convivencia; que después cogió y plantó en el hogar el cetro que llevaba antaño y ahora lleva Egisto, y que de este cetro brotó hacia arriba un retoño lozano que con su sombra cubría toda la tierra de Micenas. Eso es lo que he oído contar a uno que se hallaba presente cuando ella revelaba su sueño al Sol. Mas de esto no sé, excepto que me envía a causa de este temor.

Es posible que el hogar al que se refiere Crysótemis sea una sala del palacio con un suelo ni embaldosado ni recubierto de madera sino puramente de tierra batida, lo que hace posible plantar un cetro allí. Al elegir el cetro de Agamenón para hacer brotar el retoño que cubrirá toda la tierra de Micenas, Sófocles pudo tener presente el valor primitivamente mágico del cetro, rama de árbol que comportaba la fuerza de crecimiento vegetal y de toda cosa viviente. Se suele tomar como precedente de este aspecto del cetro plantado un pasaje de La Ilíada en la que Homero describe la disputa entre Aquiles y Agamenón. Aquiles le dice:

Por este cetro que ya no producirá hojas ni ramos, pues dejó el tronco en la montaña; que no reverdecerá porque el bronce lo despojó de las hojas y de las cortezas…

Al acabar de hablar, Aquiles arroja a tierra el cetro tachonado con clavos de oro y toma asiento.

Podemos encontrar en el libro I de Historias de Heródoto un sueño similar al de Clitemnestra. Heródoto nos relata que el rey medo Astiages tuvo un sueño en el que vio salir de su hija Mandane tanta agua que llenó toda la ciudad y llegó a inundar Asia entera. Expuso su sueño a los magos expertos en oniromancia y cuando supo por ellos toda la verdad se alarmó mucho. La hija se hizo casadera y el padre, temeroso por el sueño, no la dio en matrimonio a ningún medo  de su misma clase social sino que la casó con un persa, Cambises, de quien sabía que procedía de una familia de linaje elevado. Durante el primer año de convivencia de Mandane con Cambises, Astiages tuvo un segundo sueño: le pareció que de la ingle de su hija nacía una cepa de vid que cubría Asia entera. Consultó de nuevo a los expertos en oniromancia que declararon que el hijo que su hija tendría, Ciros, le suplantaría en el reino.

En la Electra de Eurípides no hay ningún sueño. Pero sí Ésquilo  presenta un sueño en Las coéforos, sueño por el que, de nuevo, Clitemnestra se aterra y también envía ofrendas a la tumba de Agamenón, su marido asesinado por ella y su amante Egisto. Así intenta calmar la cólera de quien vive bajo tierra hacia sus asesinos. En esta tragedia es el corifeo y no Crysótemis quien lleva la ofrenda; es Orestes quien interpela al coro y no Electra; y el sueño es bien diferente en cuanto a su contenido manifiesto. Orestes pide al corifeo que cuente el sueño exactamente y le va interrogando para conseguirlo. Y se le dice a Orestes que su madre soñó que le pareció parir una serpiente a la que envolvía en pañales como a un niño. En persona le acercaba el pecho y la serpiente chupaba leche con sangre mezclada. Por todo ello Clitemnestra se despertó horrorizada, gritando y despertando a toda la casa. Y por eso envía las fúnebres ofrendas esperando que sean un remedio que calme su alma angustiada. Entonces, Orestes expone su interpretación del sueño:

Si esta serpiente parece que nació del mismo seno que yo, si se introdujo en mis pañales, si chupó con su boca el mismo seno que un día me criara, y que de él hizo brotar sangre con leche; si mi madre lanzó un grito de horror ante el suceso, no hay remedio: ya que ella ha alimentado esta alimaña, morirá por fuerza. Soy yo quien la asesina, convertido en serpiente, como lo indica este sueño.

Y el corifeo le responde: «Te escojo como intérprete del sueño, y ¡ojalá que suceda como dices!».

 

Referencias bibliográficas

Nietzsche, F. (1871), El nacimiento de la tragedia, trad. de Andrés Sánchez Pascual, Madrid, Alianza Editorial, 2002.

–(1875), El culto griego a los dioses, trad. de Diego Sánchez Meca, Madrid, Aldebarán Ediciones, 1999.

Sófocles, Teatro completo, trad. de Julio Pallí Bonet, Barcelona, Editorial Bruguera, 1973, pp. 214-215.

Homero, La Ilíada, trad. de Luis Segalá Estalella, Barcelona, Bruguera, 1982, p. 43.

Heródoto, Historia, trad. de Manuel Balach, Barcelona, Fundació Bernat Metge, 2000, pp. 102-103.

Eurípides, Tragedias, trad. de Juan Miguel Labiano, Madrid, Cátedra, 2001.

Ésquilo, Tragedias griegas, trad. de José Alsina Clota, Madrid, Cátedra, 1990, pp. 339-340.

 

Palabras clave: sueño, tragedia, mito, moral

 

Rafael Mª Nicolás Belda
Psiquiatra. Psicoanalista de la Sociedad Española de Psicoanálisis
rnicolasb@telefonica.net

 

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