Nacido en Barcelona en 1942, Eugenio Trías Sagnier es el creador de una extensa obra filosófica de excepcional importancia que abarca campos tan distintos como la ética, la reflexión cívico-política, la reflexión histórico-filosófica, la teoría del conocimiento, la ontología y, de manera preferente, la filosofía del arte y la estética y la filosofía de la religión.

Entre sus numerosos libros podemos destacar La filosofía y su sombra (1969), Filosofía y carnaval (1970), Teoría de las ideologías (1970), Metodología del pensamiento mágico (1971), Drama e identidad (1973), El artista y la ciudad (1975), Meditación sobre el poder (1976), La memoria perdida de las cosas (1977), Tratado de la pasión (1978), El lenguaje del perdón. Un ensayo sobre Hegel (1979), Lo bello y lo siniestro (1981), Filosofía del futuro (1984), Los límites del mundo (1985), La aventura filosófica (1987), Lógica del límite (1991), El cansancio de occidente (1992), La edad del espíritu (1994), Pensar la religión (1997), Vértigo y pasión (1998), La razón fronteriza (1999), Ciudad sobre ciudad (2001), El árbol de la vida (2003),  El hilo de la verdad (2004), La política y su sombra (2005) y El canto de las sirenas (2007). En 2009 se publicaron los dos tomos de  Creaciones filosóficas (Ética y estética y Filosofía y religión) en Galaxia Gutenberg, en la que se ofrece una selección de sus principales obras.

Eugenio Trías se ha autodefinido como un «exorcista ilustrado» que somete a la razón filosófica a un permanente diálogo con sus sombras, y que halla en el límite entre la razón y sus sombras el ámbito propio y personal de su exploración filosófica (José Manuel Martínez Pulet y Arash Arjomandi). Desde los años ochenta su filosofía se identifica y se reconoce como «filosofía del límite». Sobre este concepto angular – el límite– que orienta su reflexión, ha escrito:

El límite es, siempre, un concepto resbaladizo y de doble filo, de una ambigüedad a veces irritante (aunque siempre estimulante). Todo límite es, siempre, una invitación a ser traspasado, transgredido o revocado. Pero el límite es, también, una incitación a la superación, al exceso. Los romanos llamaban limes a una franja estrecha de territorio, aunque habitable, donde confluían romanos y bárbaros, o ciudadanos y extranjeros. En las fronteras se producen siempre importantes fenómenos de colisión y mestizaje; todo pierde su identidad pura y dura de carácter originario, agreste o natural. Y el hombre es fronterizo en razón de esa colisión que en él se forma: no es ni un animal ni un dios (ni tampoco un dios animal, o un animal divinizado, según el sueño dionisíaco de Nietzsche). En ese carácter centáurico estriba su peculiaridad; también, en cierto modo, su tragedia; pero asimismo su posible dignidad.

Y en otro lugar:

Somos los límites del mundo. En razón de nuestras emociones, pasiones y usos lingüísticos, dotamos de sentido y significación el mundo de vida en que habitamos. Abandonamos la simple naturaleza e ingresamos en el universo del sentido (lo que, técnicamente, podemos llamar mundo). Pero a la vez constituimos un límite entre ese mundo de vida en el que habitamos y su propio más allá: el cerco de misterio que nos trasciende y que determina nuestra condición mortal. Nuestra condición limítrofe y fronteriza nos sitúa a infinita distancia de la naturaleza (prehumana) y del misterio (suprahumano). Nuestra condición marca sus diferencias en relación a lo físico (la vida vegetal o animal) y en relación a lo metafísico o teológico (la vida divina). Profundizar en el reconocimiento de esa condición humana de carácter limítrofe y fronterizo es, creo yo, el cometido de una filosofía que aspire a ser, a la vez, la más ajustada a las reflexiones de este cambio de siglo y de milenio, y que conecte con las grandes tradiciones de la filosofía de siempre.

Basten estas dos citas de  Ética y condición humana (2000) para dar cuenta de lo mucho que promete a los psicoanalistas la lectura de Eugenio Trías y sugerir la afinidades entre su obra y el Psicoanálisis. Afinidad reconocida siempre por el propio Eugenio Trías.

Ni el paso de los años ni algunos problemas de salud parecen haber disminuido la capacidad de trabajo y la generosidad de Eugenio Trías,  que ha aceptado responder nuestras preguntas sobre su relación con el psicoanálisis.

En tu libro de memorias, El árbol de la vida, cuentas que ya desde muy joven apuntabas los sueños siguiendo las “prescripciones del doctor Freud”. El contexto sugiere que te refieres a tu adolescencia. Sugiere también una afinidad precoz con el psicoanálisis. ¿Puedes precisarnos más en qué momento de tu vida te encontraste con Freud y el psicoanálisis? ¿Recuerdas si fue a través de lecturas o por mediación de alguien? ¿Cuáles fueron tus primeras lecturas y qué textos te han interesado o influido más?

Tardé en descubrir a Freud. Recuerdo una representación en el curso Preuniversitario en que interpretamos ante un público de amigos y familiares la versión teatral de El motín del Caine, que luego fue una película protagonizada por H. Bogart y José Ferrer. Este era el abogado del almirante paranoico. Yo interpretaba ese papel, y en un momento dado preguntaba: “¿Conoce el jurado a Freud y sus doctrinas?” Yo no sabía aún quién era Freud. En los jesuitas de entonces no se hablaba de Freud. Sólo en Preuniversitario nos enseñaron arte dramático, redacción, oratoria, y sólo por esto les estaré agradecido. También porque indirectamente me permitieron oír hablar de Freud.

Además de Freud y de Lacan –del que hablaremos después-, qué otros psicoanalistas o autores de la órbita del psicoanálisis te han interesado? ¿Jung, Melanie Klein, Winnicott, Bion…? ¿Tal vez Otto Rank? Leyendo el prólogo de Creaciones filosóficas hablas “del vivir como nacer y renacer”, de manera que uno piensa en Rank.

Todos me interesaron y a todos procuré leer con atención. Cité Envidia y gratitud en mi libro Lo bello y lo siniestro. A Freud siempre, a Jung con intermitencia (y sobre todo a su estela en filosofía de la religión, especialmente el gran Mircea Eliade). Y desde luego El trauma del nacimiento de Otto Rank, sus estudios sobre relatos de héroes, o el imponente Thalassa de Sándor Ferenzci.

¿Recuerdas cómo era la presencia del psicoanálisis en Barcelona durante tus  años de formación?

Sencillamente no existía. Ya lo he dicho: en el colegio se empezaba a hablar de filósofos, novelistas, poetas. Entonces se puso de moda el gran libro de Charles Möller, de un jesuita, Literatura del siglo XX y cristianismo. Fue un gran inductor y guía de lectura: Graham Green, que devoré con pasión, lo mismo que el torturado mundo de Julien Green (Moïra, Adrianne Mesurat), Sartre, Albert Camus, y muchos más. Pero Freud apenas aparecía.

Y tu encuentro con la obra de Jacques Lacan, ¿cuándo y cómo fue? ¿A través de quién? ¿Cuáles fueron tus primeras lecturas? ¿Qué obras de Lacan te han interesado e influido más?

Descubrí de pronto, hacia la segunda mitad de los sesenta, la literatura estructuralista, y fue para mi una liberación. Era un paso adelante en relación al paisaje existencial y “neo-realista” de los cuarenta y cincuenta. Hasta me tentó hacer una tesis doctoral sobre Levi-Strauss. Leí con pasión a los lingüistas, desde Saussure hasta Helmslev, o Jacobson. Y luego descubrí la gran síntesis de ideas freudianas y metodología estructural que proponía Jacques Lacan. Intenté sin éxito perderme en la selva de los Écrits, que luego fueron traducidos, lo que era una necesidad dado su esoterismo, pese a mi dominio del francés. Me interesaron mucho las ideas sobre la Letra, el estadio del Espejo, el inconsciente “como un lenguaje”, la primacía del Significante, la reinterpretación de la ecuación falo/castración, la idea de Edipo revisitada, la primacía simbólica, el nombre del padre, etcétera. Y también sus ideas sobre el silencio del psicoanalista.

¿Viste o conociste personalmente a Lacan? ¿Asististe a la conferencia que dio en Barcelona en 1972?

No le conocí personalmente. No conocí a ninguno de mis ídolos de entonces. Sólo tuve una breve correspondencia con Michel Foucault.

¿Qué opinas de Jacques Lacan como persona o, si quieres, como personaje? Te lo pregunto porque Lacan ha sido visto por algunos como un personaje desmesurado, con tendencia a extralimitarse. Por ejemplo, F. Roustang (Lacan, de l’equivoque à l’impasse) decía que “en Lacan hay una especie de impotencia mental para pensar lo parcial, lo limitado, lo relativo”. Y Paul Bercherie, comentando lo anterior (Examen des fondaments de la psychanalyse) decía:  Para Lacan “si la relación amorosa es problemática en el ser humano, si el amor no llega casi nunca a su ideal fusional, entonces “no hay relación sexual”, el amor es una pura engañifa, los amantes se cruzan sin alcanzarse; si la reflexión antropológica viene a demostrar la importancia determinante de la aculturación (lingüística, cultural, social) en la estructuración subjetiva, el individuo no es sino un espejo, la psyche pierde  todo su fundamento orgánico; si el descubrimiento freudiano del inconsciente demuestra la existencia en el sujeto de otro pensamiento (…), entonces la conciencia  y el pensamiento consciente no son más que ilusiones; si de una rica interacción clínica se desprende el rol constituyente de la configuración familiar en la estructuración singular de la subjetividad, el sujeto decae al estado de simple efecto, de artefacto”. ¿Estás de acuerdo con esta caracterización? En todo caso,  ¿qué piensas del estilo personal de Lacan, tan diferente del tuyo?

Como he dicho, no lo conocí personalmente. Conozco poco el personaje, sólo me ha interesado su obra. Me resulta a veces insoportable su estilo, demasiado autocomplaciente, y con una torturante mescolanza de citas elípticas y esotéricas. He de confesar que el estilo intelectual parisino, en ocasiones, me parece de una insufrible pedantería. Pero traspasando esa selva de obstáculos, la teoría suya es renovadora e importante. O al menos así me lo parece. Creo que a Lacan se le debe leer, lo mismo que a Freud, y a todos los demás, “con atención flotante”. Y a la vez –aunque suene a paradoja, y es una paradoja- al mismo tiempo A La Letra. Hay que lograr rebasar su excesiva autocomplacencia de escritor, porque encierra muy inteligentes ideas. Me interesa como teórico capaz de dar un sesgo nuevo a la cura psicoanalítica. No lo conocí como persona, ni quise tampoco que eso sucediera. Prefería sus escritos, y los mejores intérpretes de sus enseñanzas.

En El árbol de la vida cuentas que comenzaste a analizarte con 34 años. Tu análisis lo realizaste con Luis María Esmerado, analista argentino afincado en Barcelona, y duró cuatro años. El árbol de la vida llega hasta los primeros meses de 1975, es decir, antes de cumplir tus 33 años. No explicas, por tanto, qué te llevó a al análisis en aquél momento  de tu vida. ¿Hubo crisis personal, malestar o angustia, o simplemente anhelo de conocimiento? En todo caso, ¿por qué entonces precisamente?

Lo emprendí cuando tuve las garantías de haber encontrado la persona que se ajustaba a mis demandas. Por supuesto que éstas tenían que ver con una vocación/profesión en la que reza el lema “Conócete a ti mismo”, el imperativo délfico. Pero también por esclarecer en un modo específico y singularizado mi propio contexto familiar y social, de manera que pudiese transformar mi ethos, mi conducta, en aspectos decisivos: en un avance hacia la verdad propia, hacia el propio destino, y en dirección a un sentido de responsabilidad (o sea, de libertad) que era mi máximo deseo. Mejoraron muchas cosas en mi vida. Siempre digo que, junto al nacimiento de mi hijo, la aceptación de la familia de la que procedo, y la elección de mi actual esposa, Elena, el psicoanálisis ha sido la mejor de las aventuras vitales en que me he embarcado. Fueron cuatro años muy intensos. Durante dos años: cuatro sesiones semanales.

Por qué escogiste un analista lacaniano? ¿Por tu conocimiento de la obra de Lacan? ¿Por qué Lacan? ¿De donde surge tu afinidad con su obra? ¿De su raigambre filosófica? En todo caso, ¿te planteaste en algún momento otras opciones?

No era lacaniano, aunque en el curso de mi análisis se fue acercando a Lacan, cosa que no lamenté en absoluto. Era un gran profesional. Murió hace unos años. El año pasado se le hizo un homenaje promovido por su viuda y yo asistí al acto en la mesa de presidencia.

En tu aportación a La regla del  juego, has valorado tu análisis como una de las experiencias más importantes de tu vida. También has expresado en varios lugares tu reconocimiento a Luis María Esmerado, tu analista. ¿Mantuviste una relación personal con él, acabado el análisis?  Sabemos de tu amistad y tu colaboración con Jorge Alemán, ¿has mantenido contacto con otros analistas años atrás?

No tuve apenas relación tras el análisis con Luis María Esmerado. Solo en cierta ocasión me invitó a un ciclo de conferencias en un Casal barcelonés. Cené con él, fue muy grato, pero fue la última vez que le vi. Mi amistad con Jorge Alemán es muy grande. También con sus socio, Sergio Larriera. Fui seis años compañero de Clara Bardón, con quien me casé y me separé, conservando una excelente amistad. Es psiquiatra y miembro de la Biblioteca Freudiana, donde hace poco di una conferencia sobre música y psicoanálisis. También mi hermana María Teresa Trías es psicoanalista. Como ves, estoy rodeado de gente amiga a quien el psicoanálisis le importa.

En El árbol de la vida has hablado de la hybris –“la obcecada extralimitación”, según la traduces- como el mayor pecado vital existente. Y en otro momento, hablando de tu paso por el Opus Dei, dices: “Ésa fue mi hybris. Corregirla ha sido tarea y misión de toda mi vida.” ¿Cuánta relación hay entre tu experiencia personal de la hybris, de la extralimitación obcecada,  y la filosofía del límite que has creado?

Estrechísima relación. Mi filosofía se abreva de fuentes griegas, de la sabiduría trágica, de la sabiduría oracular, del concepto de límite y medida de la Ética a Nicómaco, del concepto de Péras/Apeiron que atraviesa la filosofía presocrática, desde los pitagóricos a Platón. Y sobre todo de Platón, como dejo claro en El canto de las sirenas.

¿En cuáles de tus obras está más presente el psicoanálisis?

Quizás en Lo bello y lo siniestro, uno de mis libros mejor acogido por el público. Un libro que ha interesado a la vez a generaciones de psicoanalistas y a especialistas de historia del arte, y que es mi más paradigmático libro de Estética.

Los psicoanalistas hablamos de organización límite de la personalidad y de personalidades límite. Hablamos de la salud mental como el reconocimiento de los límites (del self); de la necesidad de aceptar los límites, las propias limitaciones; de poner límites a la ilusión de omnipotencia. Todo tratamiento psicoanalítico incluye el reconocimiento y la elaboración del propio narcisismo que tiene mucho que ver con esa obcecada extralimitación de la que tú has hablado. A mí me parece que todo esto conecta de alguna manera con tu filosofía. Me parece evidente que la lectura de tu obra puede interesar y ser aprovechada por terapeutas y analistas. ¿Cómo lo ves? ¿Puedes decirnos algo al respecto? ¿Cuáles de tus obras crees que pueden interesar más a los psicoanalistas?

Creo que todas pueden interesar, pues se hallan impregnadas de ideas psicoanalíticas, sobre todo a partir de los años ochenta, cuando –tras la experiencia de casi cinco años de cura psicoanalítica, cura por la palabra- comencé a fraguar mi filosofía del límite, la más ajustada al final de esa travesía con la que culminaron mis primeros cuarenta años de aprendizaje y andanzas. Pero sobre todo en Lo bello y lo siniestro, en Tratado de la pasión, en Los límites del mundo, en Ciudad sobre ciudad.

Freud siempre reconoció la ventaja de los artistas y de los escritores respecto a los psicoanalistas en su aportación al conocimiento psicológico del hombre. También señaló la importancia del conocimiento de la literatura y el arte como fuente de formación de los psicoanalistas. En este momento y de manera improvisada, ¿qué obras o qué escritores te han ayudado más a comprenderte? ¿Qué autores ayudarían a un mejor conocimiento psicológico del hombre?

Destacaría al gran contemporáneo de Freud Albert Schnitzler, sobre todo su Relato soñado, Ein Traumnovelle, que tan maravillosamente supo adaptar al cine Stanley Kubrick en su película última, Eyes wide shut, con Nicole Kidman y Tom Cruise. Freud no le quería leer para no sentirse intimidado e influido por un escritor que trabaja ya la noción de inconsciente y de sexualidad cercana a la freudiana, y por las mismas fechas en que Freud se abría paso con La interpretación de los sueños.

Lo mismo respecto del cine. ¿Qué películas te han ayudado más a entenderte y entender la mente humana…? De manera improvisada, ¿cuáles recomendarías a alguien que quiere ser terapeuta o psicoanalista?

La citada. En general todas las grandes obras de arte del cine son una ventana abierta a la mente humana. Pienso en las grandes creaciones de los mejores realizadores: Fritz Lang, Hitchcock (sobre todo Vértigo), Kubrick, Orson Welles, Francis Ford Coppola, David Lynch (sobre todo cercano al espíritu de mi libro “Lo bello y lo siniestro”). Y tantos más.

Tus últimos libros – El canto de las sirenas y La imaginación sonora– han tenido como tema la música, un arte al que los psicoanalistas han prestado menos atención que a otros. Nos gustaría que nos dijeras algo de cómo ves las relaciones entre la música y la emociones. Se sabe que los estímulos acústicos son, con los quinéticos, los más antiguos de la vida perceptiva y emocional del niño. La vida intrauterina está presidida por los dos sonidos rítmicos de los latidos del niño y de la madre. Hay una comunicación  elemental entre madre e hijo a través de estos dos sonidos, de estos dos corazones que, como dice Pere Folch, difícilmente pueden llegar al acorde: a latir al unísono. ¿Es la creación musical la transformación de experiencias sensoriales y emocionales muy primitivas?; ¿de experiencias sensoriales íntimamente relacionadas con las funciones corporales y la emociones?

Es la tesis que preside La imaginación sonora. La música es un universal antropológico, como lo es el lenguaje. La cultura musical invade todas las culturas. Su vínculo con el cuerpo se atestigua a través de la danza. La lamentación, el treno, la canción de cuna, el himno, la marcha militar, el cortejo: todo esto es común a todas las culturas. Incluso las más inesperadas presentan sorprendentes creaciones: la música de las tribus pigmeas compone un original modo de polifonía.

La música parece ser un continente especialmente apto para que el auditor proyecte en ella sus particulares situaciones internas movilizadas por la audición; una forma especialmente apta para hacer transformar lo interno en externo; un ámbito entre lo interno y los externo, lo que los psicoanalistas llamamos un objeto transicional. ¿Se puede decir que el significado de la música es extramusical, que en sí misma no significa nada?

Quizás no “significa” nada la música, pero está cargada de “sentido”. Y no solo emocional. Habla al cuerpo, lo excita; pero sabe hablar también a las emociones. Y desde luego promueve Ideas, Ideas musicales, que se vinculan con el intelecto. La música es cerebral y corporal. Es una semiótica cerebral de gestos, ademanes, danzas, formalizadas en danzas, canciones, baladas.


Un fragmento de La política y sus sombra (2005)

«El problema de Freud y del psicoanálisis proviene de la saturación lingüística y conceptual que en el más cercano pasado llegó a producir en el escenario de la cultura. El excesivo uso y el generalizado abuso de términos y conceptos convertidos en emblemas culturales, o su pérdida de sustancia en los hábitos coloquiales, ha ocasionado un auténtico oscurecimiento de la significación radical y crítica que tuvieron en sus orígenes y que aún siguen poseyendo si se los sabe rescatar a tiempo. Cuestionados desde frentes de las ciencias humanas que se reputan novedosos, pero que constituyen verdaderas involuciones, lo cierto es que parece prevalecer en ciertos ambientes la idea de que ambos -el autor y su más importante invención- constituyen algo periclitado.

Hay un antes y un después en la concepción de la subjetividad a partir de Freud. Wittgenstein considera que el sujeto es un límite del mundo. Freud, previamente, acertó a pensar el sujeto escindido entre la parte emergente del iceberg, al que denomina conciencia, y el fondo de misterio inconsciente que, sin embargo, accede al lugar limítrofe al que denomina preconsciente. El sujeto se halla, por tanto, dividido en su propio núcleo. No es un sujeto sustancial, tal como fue pensado por la tradición cartesiana. Ni es tampoco un sujeto capaz de enajenarse y perderse, como en el idealismo alemán, para que finalmente se reconquiste en una reconciliación conclusiva del sujeto y la sustancia.

Ese sujeto es el sustento y el soporte (frágil, precario y quebradizo) de un sustrato lingüístico y textual que se da curso expositivo a través de la expresión verbal de sueños, actos fallidos, lapsus, o de las formas neuróticas comunes. Es posible desentrañar los mecanismos mediante los cuales tal forma verbal simbólica se produce (los célebres recursos de condensación, desplazamiento e identificación consignados en esa obra magna freudiana que constituye La interpretación de los sueños). Mediante esas modalidades perfectamente asimilables a las figuras retóricas (metáfora, metonimia, sinécdoque, ironía, hipérbaton, paranomasia, elipsis, etc.) se construye y deconstruye el relato en el cual descubre el sujeto su propia identidad y condición.

Pues nuestra naturaleza subjetiva no posee otra sustancia y materialidad que la tan etérea y sutil del entramado de narraciones que forman nuestra propia existencia. Y en esos relatos que nosotros mismos somos reconocemos, finalmente, aquellos dispositivos fundacionales en y desde los cuales esas narraciones se constituyen. En este punto Freud avanza algo tan atrevido y revolucionario como la formalización de esos dispositivos primeros en forma literaria, acudiendo a los grandes mitos urdidos por la gran literatura occidental, que tuvo en Grecia su patria natal.»

 

Ramón Echevarría es doctor en medicina, psiquiatra y psicoanalista (SEP-IPA). Profesor de la FPCEE y del Institut Universitari de Salut Mental (Fundació Vidal i Barraquer) de la Universitat Ramon Llull
13991rep@comb.es

 

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