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Parentalidades y género: su incidencia en la subjetividad
Patricia Alkolombre y Cândida Sé Holovko (comp.)
Buenos Aires, Letra Viva, 2016.

 

Este libro habla fundamentalmente de dos temáticas. Una, en torno a la función materno―paterna en las nuevas modalidades familiares, en las intersexualidades y en situaciones de violencia grave. La otra, en torno a la incidencia de los cambios socioculturales, las técnicas de reproducción asistida y la adopción, en la constitución de la subjetividad de la persona. Para indagar en estos aspectos, recopila las ponencias del XI Diálogo Latinoamericano de COWAP (Committee on Women and Psychoanalysis), que se distribuyen en ocho grandes apartados.

Su lectura obliga a repensar, desde el punto de vista psicoanalítico, las ideas consensuadas hace más de un siglo y a replantear la vigencia o limitación de las mismas ante los cambios del siglo XXI.

En Paternidades y maternidades del siglo XXI, aborda la función materna y paterna derivada de las nuevas formas de concebir los hijos y las diversas configuraciones familiares. Ello conlleva replantearse los orígenes de dichas funciones y formular nuevas hipótesis sobre la función materna.

En las nuevas modalidades familiares, las interacciones individuales y grupales son más complejas, de modo que, por ejemplo, no necesariamente una madre o un padre biológico desempeñan este rol. Es sabido que estas peculiaridades determinan la configuración de la identidad, tanto en los padres como en los hijos. En este sentido, Marian Alizade propone el concepto decuarta serie complementaria”, a fin de contemplar los factores sociales, culturales, histó­ricos y políticos, en la organización del psiquismo, y denomina “liberación de la parentalidad” a estos nuevos fenómenos de inclusión parental novedosa, no sexualmente convencionales. Jorge Kantor remarca que uno de los elementos que ha favorecido estos cambios es la píldora anticonceptiva, que no solo contribuyó al control de la natalidad, sino que transformó las relaciones humanas. Señala que la función materna y paterna dejará de ser exclusiva para la mujer y el hombre, y que hay que pensarlas como funciones de socialización o crianza. Por su parte, Emilce Dio Bleichmar precisa cuándo se establece la función materna, a través de un recorrido por diferentes autores, y sostiene el concepto de superyó maternal cuando en el ejercicio de la maternidad predomina el sufrimiento que culpabiliza a las madres de no ser “suficientemente buenas”. Por último, Letica Glocer Fiorini aporta otra mirada con respecto a la teoría psicoanalítica clásica sobre la función de la madre vinculada a la separación del hijo. Tras retomar el enfoque de Freud sobre el padre plantea otra opción, la de reconocer una función simbólica en la madre, por derecho propio, en lugar de seguir el camino del padre que introduce la ley. Así, estaría posicionada más allá del campo narcisista, que promueve la separación del hijo como un deseo propio y, por tanto, se reconoce en ella un sujeto con capacidades simbolizadas, lo cual implica mucho más que tener interiorizada la función paterna. Considera que, al ser una función, puede ser ejercida por otros, y propone que la “función paterna” debería llamarse “función tercera”, independiente del género de quien la ejerza.

En Parentalidades, técnicas reproductivas y adopción,se centra en cómo estas modalidades de acceder a ser padres introducen una articulación diferente entre parentesco, filiación y lazos de sangre, con las consecuentes fantasías y duelos pertinentes, tanto de los padres como de los hijos.

Como recuerda Patricia Alkolombre, mientras la píldora anticonceptiva desligó la vida sexual de los determinantes biológicos, de manera que se podía tener sexo sin hijos, las técnicas de fertilidad asistida, propiciaron lo opuesto, es decir, la posibilidad de tener hijos sin relaciones sexuales. No obstante, llegar a ser padres y tener hijos de distintos orígenes exige un trabajo psíquico adicional para desvelar cómo afecta el psiquismo de los padres y cómo repercute sobre el psiquismo de los hijos. Con respecto a los embarazos mediante transferencia de embriones, María Alejandra Rey subraya la importancia de trabajar las fantasías que se revelan en los padres y las que se originan ante los embriones que no se han utilizado para la fecundación. En cuanto a los sentimientos que pueden surgir con el uso de la tecnología, Janine Puget destaca la culpa generada al romper con lo conocido y trasmitido, al desprenderse de los modelos transmitidos por los padres, y el afrontar la incertidumbre de lo nuevo. Puesto que para aceptar e integrar lo nuevo es preciso que los padres lleven a cabo el duelo de lo anterior, Fany Barembaum Moses sugiere la elaboración de los motivos que llevaron a tomar la decisión. Desde el punto de vista simbólico, incorporar el “hijo del otro” en la propia historia implica llenar la ausencia de algo deseado, a través de otro. Es decir, el reconocimiento de que los padres adoptantes pueden tener hijos, aunque no puedan hacerlos. De este modo, a través del vínculo, el niño adquiere el atributo de hijo sin haber sido engendrado por esos padres y los reconoce como tales. Por último, Patricia Morandini trata la complejidad emocional en la adopción y advierte que pueden reactivarse duelos no resueltos y ansiedades de separación, que se desplazan hacia los hijos, de modo que se acrecientan vínculos de apego inseguros, ambivalentes y/o desorganizados. A la vez, destaca las motivaciones de los padres para realizar la adopción como otro aspecto a tener en cuenta.

En Niñez y adolescencia: nuevos orígenes, ¿nuevos enigmas? se conjuga un rico material clínico con las aportaciones teóricas, acerca del conocimiento inconsciente del origen de una niña concebida con la ayuda de técnicas de reproducción. Al mismo tiempo, se expone la importancia de conocer la verdad de los orígenes.

Mediante el material clínico de una niña de ocho años, que desconocía haber sido concebida con ayuda de la tecnología, Mónica Zac muestra, a través de sus dibujos, cómo está presente este hecho en su psiquismo y cómo va elaborando sus orígenes. Aunque en cualquier etapa de la vida, se llega al tratamiento con un sistema de teorías o creencias sobre uno mismo, Virginia Ungar destaca el hecho de que las nuevas formas de reproducción marcan todavía más la diferencia entre lo biológico y lo simbólico: señala que, en el orden biológico, ligado al cuerpo, estaría el engendramiento y en el orden simbólico estaría la filiación. Por tanto, devenir padres no viene por herencia sino por el tejido relacional que se va creando a través del vínculo con el niño. Para que este vínculo sea sólido, es preciso que la verdad esté presente y, como defiende Graciela Woloski, la mentira o la no verdad puede generar mella en el vínculo de confianza con los padres. Para ello, es necesario acercarse al sufrimiento y a las fantasías que se desvelan ante la herida narcisista de los padres, y para el hijo sentir que los padres acogen sus preguntas.

En Parentalidad y género, se hace hincapié en cómo quedan implicados padres e hijos ante un bebé con rasgos anatómicos peculiares, evidentes o no, y cómo el desarrollo de la identidad se hace más complejo cuando están presentes estos rasgos intersexuales. Otros temas a los que hace referencia este capítulo son la parentalidad ejercida por padres del mismo sexo y el desconcierto de los padres ante un hijo que dice sentirse del otro género. Para acercarse y comprender la complejidad de estos temas, es fundamental que la actitud del analista esté libre de prejuicios con respecto a dichas anormalidades.

Dentro de esta temática, Teresa Roche Leite Haudenschild elabora los acontecimientos familiares, personales y la búsqueda de la identidad en pacientes con bisexualidad física mediante un interesante material clínico de una paciente adulta. Alejandra Vertzner Marucco desarrolla el impacto ante la perplejidad de lo diverso, es decir, un bebé ubicado en los márgenes del sistema clasificatorio en el cual los padres están inmersos, situación a la que se suma el silencio, la soledad y a veces las intervenciones quirúrgicas, que incrementan la posibilidad de lo traumático y dificultan la elaboración de los propios fantasmas. Por otra parte, relacionado con el hecho de ser padres del mismo sexo, Eva Rotenberg menciona la importancia de que los psicoanalistas sigan reflexionando acerca de las nuevas formas de familia y sus efectos en el desarrollo de la subjetividad de los hijos. Y con respecto a los niños que dicen sentirse de otro género, remarca la importancia de que tanto los padres como los profesionales que intervienen le den tiempo al niño/a para que vaya encontrando su propia identidad. En esta línea, Haydée Zac de Levinas destaca el papel de esos padres en la identidad de género de sus hijos, proceso en el que se entrecruza lo físico, lo social y lo psicológico. Finalmente, refiriéndose a la actitud de los psicoanalistas frente a la diversidad, para comprender estos fenómenos, Francisco Kadic alega que es fundamental mantener y preservar el método propio del psicoanálisis, del encuentro con otra persona, con el objetivo de acercarse a la experiencia clínica y no ser dominado por los prejuicios.

En Violencia y perversión de la parentalidad, se muestra que ante un mayor alejamiento de la madurez emocional afloran comportamientos de violencia, en ocasiones no corporal, como el silencio y el abuso verbal, hasta llegar a la violencia sexual y/o física, incluida la que no se ejerce de tú a tú, sino desde el propio estado, siempre con consecuencias graves, que no solo afectan a los familiares directos, sino también a las generaciones siguientes.

Es Olga Varela Tello la que presenta el tipo de violencia ejercida con el silencio, usado para doblegar al otro, para dominarlo y tener un poder sobre el objeto, como un arma que logra aniquilarlo al sumergirlo en un mundo de angustia y desesperación. También Cândida Sé Holovko se refiere a otra violencia no física, el incesto verbal, donde la palabra tiene como objetivo erotizar la relación, y el cuerpo y la mente quedan sumergidos en la excitación. Así, vincula el incesto verbal con el masoquismo de una paciente con conductas autodestructivas: en el trasfondo subyacía una relación erotizada con el padre y el dolor físico tenía la función de tapar otros dolores y anestesiar otras angustias. Otro tipo de violencia, como dice Julia Lauzon, más desconocida, es la ejercida por la madre. Habla de madres que han sufrido una maternidad defectuosa y repiten, a pesar de no desearlo, el abuso de poder y control sobre los hijos, en lugar del cuidado, protección y dedicación a ellos. Por su parte, en relación con la violencia física que comporta el riesgo de la propia vida, Alicia Beatriz Iacuzzi trae a colación las relaciones en las que se ha sustituido el placer del amor por el placer de someter: ante la ofensa de no querer continuar la relación, prima la venganza, y el “ofendido” acaba con la vida del otro, en general de la mujer. Otra variante de la violencia es el incesto materno y paterno, tema desarrollado por Estela Welldon, para referirse a las relaciones con predominio de actos sádicos y sexuales. Denomina “vinculación maligna” a la violencia ejercida por la propia pareja a personas que dependen de ellos, como los hijos u otras personas inmaduras que caen bajo su control y dominio y que, en general, han vivido en familias disfuncionales con antecedente de abuso temprano en la infancia. Cita la hipótesis de Odgen para entender estas perversiones, en la que la sexualización es una forma de protegerse de la muerte psicológica. El tratamiento de las violencias físicas comporta un gran desafío, no solo por la patología sino en cuanto a la forma de lograr una actitud clínica ante estos sujetos que ejercen la violencia sobre el otro. Cuando la violencia es ejercida por el propio estado, tal como manifiesta Soledy Paez de Kadic, la sensación de inseguridad es total y la propia casa deja de ser un lugar seguro, en consecuencia, también el funcionamiento mental se ve afectado por dicha amenaza.

En Maternidad y femineidad, se abordan varios aspectos. El tema central es cómo queda afectada la maternidad por causas diversas, como el duelo por la pedida del hijo, las relaciones simbióticas madre―hija y la maternidad en familias desestructuradas. Otro tema es Melanie Klein como hija y como madre; y el último aborda la ciencia y el logro de gestaciones en circunstancias impensables hace unos años.

Es sabido que el profundo dolor y el duelo cuando se produce un aborto o la muerte neonatal del bebé, comportan un riesgo para la salud mental de la madre. Entre los riesgos, tal como nos describe Teresa Lartigue, está la depresión crónica y, en su polo opuesto, la actuación, con un nuevo embarazo para sustituir el hijo muerto. De ahí la importancia de elaborar su duelo, en el sentido de que un hijo no substituye al otro, sino que hay espacio para el hijo/a muerto y a su vez hay espacio para nuevos hijos. Entonces la madre podrá dar a cada hijo un lugar y, por tanto, favorecer su propia salud mental y la de su familia. En esta línea, y a través de la presentación de un caso clínico de una niña con una enfermedad extendida de la piel, Graciela Cardó Soria reflexiona sobre el rol materno como organizador pulsional del hijo/a. En la medida que la madre puede ayudar a dar, o no, significado al mundo interno de la criatura, favorece su salud mental o su patología. Esta patología puede evidenciarse en la vida adulta, como muestra Cristina M. Cortezzi Reis que, mediante un material clínico de una paciente, muestra las dificultades para separarse emocionalmente de la madre, a pesar de tener su propia pareja e hijos: por parte de la madre, el problema es que le dio a la hija el lugar de confidente de los problemas conyugales, dificultando así la triangulación; por parte de la hija, el deseo de llevar a cabo los mandatos de la madre inhibía su agresividad y le dificultaba salir del vínculo narcísico fusional con ella. Los vínculos simbióticos familiares son desarrollados por Edoarda Paron con comentarios de Jaime Lutenberg en torno a un material clínico de una paciente exprostituta, cuya familia tenía escasos recursos económicos; la prostitución le generaba ingresos altos con la consiguiente fantasía omnipotente de ser la salvadora de la familia, sin ser consciente de que la prostitución tenía la función de compensar el vacío mental subyacente. Otra aportación sobre el peso de la familia es la de Ema Ponce de León Leiras. Muestra las dificultades de una pareja adolescente para cuidar a la hija, cuando ellos han vivido en un entorno familiar con violencia, transgresiones y abandonos. Por consiguiente, a pesar de su deseo de cuidar al bebé, repetían vínculos de la historia personal que atacaban las incipientes funciones de su maternidad―paternidad. En torno a la función de la madre como hija y como madre a la vez, Nohemi Reyes de Partida revisa la vida de Melanie Klein, con su madre y con sus hijos, y señala que en la medida que sus relaciones fueron más maduras, su creatividad se acentuó, y en ese periodo de madurez hizo importantes aportaciones a la teoría psicoanalítica. Por último, puesto que, gracias a los avances tecnológicos en la reproducción, actualmente se pueden tener hijos en circunstancias tales como inseminación de gametos, vientres de alquiler o embarazos en mujeres en edades no fértiles, Laura Mejorada de la Mora sostiene que el psiquismo humano no puede elaborar a la misma velocidad las nuevas técnicas reproductivas y cada estructura psíquica precisa su propio proceso, no exento de reactivación de núcleos arcaicos de la personalidad.

En Nuevas configuraciones familiares, se centra fundamentalmente en la manera de incorporar y entender, manteniendo la esencia del conocimiento de la teoría psicoanalítica, la diversidad de vínculos y la repartición de funciones paternales que se establecen en estas configuraciones familiares. Es evidente el incremento de las familias ensambladas, es decir, aquellas en las que uno o los dos miembros de la pareja aportan hijos de otras relaciones, a los que pueden incorporarse hijos de la nueva pareja. La peculiaridad de estas familias ―dice Irene Meler es la gran diversidad de vínculos, con la consecuente fragmentación y repartición de las funciones parentales en varios sujetos. Otra peculiaridad, como señala Anna Lucia Melgaço Leal Silva, es que la transmisión de la autoridad es más compleja debido, a veces incluso a diversos, divorcios, separaciones y recomposiciones matrimoniales. Con respecto a si las nuevas configuraciones de parentesco, filiación, diversidad de género y orientación sexual hacen temblar las creencias vigentes, María Lourdes Rey responde que los elementos fundamentales de una adecuada parentalidad no dependen únicamente de factores externos, sino de la salud mental de las personas que ejercen la función de genitores, ya sea en forma conjunta o monoparental. En esta línea, Olga Montero Rose menciona las dos posturas que pueden despertar estas nuevas configuraciones: mantenerse en una zona de confort, aferrado a certezas teóricas, y declarar como patológico lo que no se ajusta a la teoría, o alentar la postura de dialogar con lo nuevo, en una escucha que permita avanzar en el conocimiento y en temas que deben volver a ser pensados a partir de lo que nos enseñen estas nuevas familias.

En Psicoanálisis y género, los enfoques de las ponencias son interesantes y desde perspectivas diferentes. Mabel Burin trasmite su experiencia personal entre psicoanálisis y género. Reconoce que los temas tratados en sus primeros años siguen actualmente vigentes, aunque progresivamente abarcaron más elementos e incorporaron otros, como estudios de género masculino y formatos de género no convencionales. También se incrementaron las perspectivas teóricas, así como la búsqueda de articulaciones entre ellas. En cuanto a la relación de la teoría psicoanalítica sobre la mujer y el movimiento feminista, es desarrollado por Judith Goldschmidt y destaca las investigaciones de Robert Stoller, que se acerca a postulados feministas al diferenciar entre sexo (con connotaciones puramente biológicas, que define a los seres humanos como masculino y femenino) y género (con connotaciones psicológicas y culturales) y a Jessica Benjamín, con sus aportaciones sobre la bisexualidad y los conflictos no resueltos como fuente de creatividad. Por último, Juan José Falcone destaca que las nuevas paternidades plantean al psicoanálisis cuestiones diversas, como la necesidad de desentrañar los modos en que el sexo psicológico se establece y considera que el cambio mayor ha de referirse a la parentalidad materna, en cuanto a sus posibilidades de incidir sobre la realidad sin someterse a los dictados de la falicidad y el machismo.

En suma, estamos ante un libro amplio por las numerosas contribuciones de autores y perspectivas teóricas y clínicas diversas. Este extenso panorama confiere una riqueza a la obra que estimula, tanto a seguir ahondando sobre el tema, como a cuestionar y repensar diversos aspectos de la teoría psicoanalítica ante las nuevas configuraciones familiares del siglo XXI.

 

Esther Palerm
Licenciada en Medicina y Psicología,
Miembro titular de la Sociedad Española de Psicoanálisis (SEP-IPA),
Miembro del comite de COWAP-IPA (Committee on Women and Psychoanalysis- International Psychoanalytical Association) y editora de la Newsletter de COWAP.