Ya por los ochenta, las trompetas del Apocalipsis anunciaban grandes males para los usuarios de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC): desconexión emocional, adicciones, inadaptación social, incultura, pérdida del lenguaje. A día de hoy, los expertos en este tema han llegado a la conclusión de que estos males no parecen afectar a los que hace más de veinte años vienen utilizando los ordenadores para jugar, trabajar o relacionarse. Por el contrario, parece ser que hoy en día la gente se relaciona más, escribe más, juega más y adquiere más conocimientos y ello es gracias a las TIC. Ahora empiezan los estudios cualitativos de esta mayor cantidad de relaciones o de información. Tendremos que esperar a tener conclusiones, pero de momento, se observa que la superficialidad  es una característica predominante de esta nueva forma de aprender y relacionarse.

A lo largo de la historia, cada nueva adquisición tecnológica ha levantado suspicacias. Al hombre, frente a lo nuevo, le han aquejado miedos atávicos por la pérdida de la seguridad en lo conocido y el poder ha intentado gestionar este miedo, precisamente por su miedo a perder el poder. Ahora no podía ser distinto. El fuego como tecnología tardó 450.000 años en ser dominado por toda la humanidad. Es decir, entre el primer hombre que supo controlarlo y el último, pasó un periodo inmenso de tiempo hasta ser divulgado y democratizado. La imprenta, a pesar de sus casi 600 años de existencia, todavía no ha llegado a todas partes, y en el primer mundo, hace apenas 100 años mucha gente no sabía leer y, si sabía, no tenía acceso a los libros. Y aún  hoy, a pesar de tener acceso a los libros muchas personas no los leen. La expansión de las TIC se ha producido en apenas unas décadas y ha llegado casi simultáneamente a todas las culturas del planeta. Es cierto que no todo el mundo tiene todavía acceso a ellas, pero sin lugar a dudas, la divulgación de su uso ha sido mucho más rápida y más extensa que ninguna otra tecnología en la historia de la humanidad. Ello ha contribuido a crear una conciencia de especie globalizada que representa otro de los potenciales de las TIC y una de las novedades en la evolución de la cultura y, según los expertos,  también de la evolución de la especie (Carbonell y Sala, 2002).

Otra de las singularidades de las TIC es que por primera vez la transmisión del conocimiento se realiza desde las generaciones más jóvenes a las más viejas. Nunca antes habían sido los jóvenes los que dominaran una nueva tecnología antes que la generación precedente. Esta es una de las características que genera más desconcierto. La prepotencia y la osadía propias y necesarias en la juventud se ven potenciadas por la posesión de un conocimiento que sus mayores no tienen. Los adultos, a su vez, miran con recelo aquello que desconocen y sienten a sus retoños como extraños que viven en un mundo distinto dentro de su propia casa. La clasificación entre nativos digitales e inmigrantes digitales refleja esta diferencia. Entre los inmigrantes digitales es donde se dan la resistencia a acercarse a lo nuevo, el miedo a las pantallas y el desprecio por cuanto ignoran, hasta el punto de que muchas personas prefieren permanecer analfabetas digitales a vencer el miedo a las TIC y reconocer sus valores. Ahora bien, esta situación tiene los días contados. En pocos años los inmigrantes digitales desapareceremos y es muy probable que la transmisión de la tecnología se realice de nuevo de las generaciones mayores hacia las más jóvenes, y la brecha que se ha abierto se vuelva a cerrar.

De todas maneras, hacer un análisis de este momento cultural, de esta auténtica revolución tecnológica, desde el mismo ojo del huracán, es difícil y sin lugar a dudas será un análisis incompleto, si no erróneo. Sin embargo, a mi modo de ver, ser inmigrante digital no debería ser un hándicap sino una ventaja a la hora de intentar esta labor de analizar las características, los pros y los contras de las TIC. Como una bisagra que está anclada en el marco de la puerta y a la vez en la misma puerta, los inmigrantes digitales estamos formados en el conocimiento clásico, acostumbrados al esfuerzo y al análisis, al uso de la memoria, a la crítica y a la reflexión, y a la vez disponemos de las potentes herramientas de conocimiento que supone la conexión a internet. No ha sido nada difícil para realizar este artículo encontrar entrevistas, artículos y libros que me documentaran sobre el tema. Y la formación analógica me ha ayudado en la difícil tarea de discernir entre el alud de información de que podía disponer, y esta misma cantidad de información ha supuesto una cura de humildad al mostrarme mi ignorancia. Asimismo me ha hecho consciente de la limitación que impone el tiempo. Es cierto que no he tenido que salir de casa, pero la lectura de textos se ha visto limitada por la realidad: no tenía más tiempo por disponer de más información, por tanto, he tenido que seleccionar mucho y me acompaña un sentimiento de no haber escogido bien o de no haber buscado bastante.  Pero aún así, los conocimientos propios adquiridos a través de la vida me han sido útiles para encarar el análisis. A veces recordaba haber leído algo que me podía servir, y allí estaban en mi librería Marshall MacLuhan (1960) con su iluminador libro El aula sin muros; Ray Bradbury (1986) con su precioso cuento Canto el cuerpo eléctrico, donde unos niños huérfanos de madre van con su padre a comprar una abuela robot; o Eudald Carbonell (2000) y sus conocimientos sobre la evolución humana. Si recordaba un artículo de un periódico o revista consultaba las hemerotecas en internet. Otras veces enviaba un mail a un amigo: “oye, tú que estás al día, ¿me podrías decir…?” Cuando no, miraba de nuevo una entrevista que había visto por televisión. Y además, este artículo se publicará en una revista on-line. No sé si soy más sabia gracias a las TIC, pero desde luego me sería mucho más fácil serlo.

De todas maneras, esta toma de posición personal más bien positiva frente a las TIC no me exime del deber de analizar sus características y sus riesgos. Y así como Esopo el esclavo, frente a la petición de su amo de traerle lo mejor del mercado para sorprender a los invitados, eligió la lengua, yo elegiría sin dudar un ordenador conectado a internet, y aludiría a cómo permite la comunicación entre colegas, amigos y familiares, cómo potencia el conocimiento y nos aleja de la barbarie, cómo permite organizarse para luchar contra la injusticia y solidarizarse con las desgracias ajenas, o cómo alivia el aburrimiento con historias y poemas. Asimismo, si un supuesto amo me pidiera que le trajera lo peor que encontrara en el mercado para sorprender a sus invitados, igualmente le traería un ordenador conectado a internet. Le contaría cómo permite la organización de masacres, cómo impulsa la difusión de mentiras, cómo hace que la gente se encierre en su casa, cómo potencia la avaricia de los poderosos, cómo distancia a amigos y familiares o cómo extiende el crimen y el odio. Veamos pues, usando el pensamiento psicoanalítico como teoría de referencia, las características de estas herramientas simbólicas y diabólicas a la vez, que reúnen y separan, que informan y engañan, que relacionan y aíslan.

Las pantallas y el psicoanálisis

Sherry Turckle, psicoanalista y profesora del Massachussets Institute of Technology , con su libro La vida en la pantalla  inició en 1997 las reflexiones sobre la relación del hombre y las nuevas tecnologías y llamó a la computadora “el segundo self” (Turckle, 1997). Las pantallas son la característica más visible de las TIC, cualquier artilugio tecnológico tiene su pantalla, grande o pequeña. Por la pantalla nos relacionamos con las capacidades de los distintos aparatos, desde la televisión digital al teléfono móvil, y por eso Turckle tituló así su libro. En aquel momento el ordenador era sólo cosa de uno, un objeto para la proyección de la personalidad. Pero ha evolucionado hasta convertirse en un instrumento de relación en red, de comunicación con los otros en nuevos espacios que están cambiando nuestra forma de pensar, la naturaleza de la sexualidad, la forma de nuestras comunidades y de muchas identidades. Todo ello ha llevado a la autora a nuevas reflexiones. En un artículo posterior, reclama una nueva generación de psicología del self psicoanalítica para explorar la respuesta y la vulnerabilidad humanas a los objetos derivados de las nuevas tecnologías: ordenadores portátiles, PDAs, identidades múltiples on-line, y también los animales domésticos virtuales, las enfermeras robot para la tercera edad o los artilugios afectivos que están a punto de llegar (Turckle, 2002).  Aboga por la idea de que la cultura de las computadoras necesita comprensiones psicoanalíticas para afrontar adecuadamente nuestras relaciones ambientales con un nuevo mundo de objetos, y a su vez refiere que el psicoanálisis necesita comprender la influencia de los objetos computacionales en el terreno que más conoce: la experiencia y la especificidad del sujeto humano.

Es interesante su punto de vista en cuanto a la característica del ordenador como herramienta. Aunque todavía vemos al ordenador como un instrumento que realiza cosas para nosotros, Turkle aboga por la necesidad de pensar en términos del ordenador subjetivo, es decir, del ordenador que también nos hace cosas a nosotros, a nuestra manera de ver el mundo, a nuestra manera de pensar y a la naturaleza de nuestras relaciones con los otros. Asimismo se refiere a las TIC como objetos evocativos que nos hacen ver a nosotros mismos y a nuestro mundo de una manera diferente. Y apunta la teoría de que los ordenadores pueden ser experimentados como un objeto en el límite entre el self y el no self. Pero no  a la manera de un objeto transicional al uso –una muñeca o un peluche, o los primeros ordenadores que también eran objetos de proyección- sino que piensa que, al igual que decía Kohut, algunas personas podrían reforzar su frágil sentido del self convirtiéndose en otra persona, en un self-objeto que sentiría haber adquirido cualidades del objeto computacional. Los ordenadores podrían favorecer este tipo de mecanismos.  El otro –objeto computacional- sería experimentado como parte del self en sintonía perfecta con el estado interno frágil del individuo. Así, internet se convertiría en un objeto evocativo poderoso para repensar la identidad, un objeto que anima a la gente a redefinir su sentido del self en términos de ventanas y vidas paralelas.

Las TIC también pueden ser utilizadas para hacer una aproximación, con un cierto espíritu de auto reflexión, buscando aprender sobre los propios deseos. En las conexiones on-line existiría la oportunidad de reelaborar viejos conflictos, buscar nuevas soluciones y jugar con aspectos inexplorados o no expresados del self. Podríamos pensar, siguiendo a Turkle, que para algunos la vida en la pantalla proporcionaría lo que Erik Erikson denominó una moratoria psicosocial, un periodo de experimentación libre de consecuencias que facilitaría el desarrollo de la identidad. Para Turkle, el uso de internet contribuiría a nuevas nociones del self: al hacer posible la escritura de múltiples selfs simultáneos, contribuiría a la experiencia del self como una multiplicidad de partes.

En la clínica pude entender este concepto de experimentación libre de consecuencias en internet, a través de la esposa de un paciente, una mujer insegura y tímida que con una identidad falsa estuvo redactando un blog durante más de un año sin que nadie lo supiera. Tuvo muchas visitas, muy buenos comentarios y eso le dio seguridad para comenzar a plantear sus puntos de vista a los amigos y familiares. Les dejó leer el blog, se dio de baja y empezó uno nuevo ya con su propia identidad. Pero no podemos decir que esta experimentación haya estado libre de consecuencias, ya que esta vez las tuvo y por suerte positivas. Si la respuesta de los internautas hubiera confirmado su inseguridad probablemente las consecuencias habrían sido otras.

A mi modo de ver, por las características del medio tecnológico y por cómo se utiliza, se puede crear la ilusión de vivir dentro del proceso primario. Hay un compromiso con la realidad al conectarse a una red social para establecer relaciones o para buscar información. Como en un sueño, el espacio real da paso al ciberespacio, con su capacidad de evocar un mundo de compañeros infinitos y la gratificación instantánea de todos los deseos. Se está conectado ahora, pero a su vez en otro tiempo, en un tiempo paralelo al de la gente que se conoce: el tiempo real da paso al tiempo virtual. De hecho, el lenguaje de calle recoge esta experiencia de forma muy gráfica. La gente se refiere a conectarse a internet o a una red social con la expresión “me meto en internet” o “me meto en el facebook”. Las redes serían una especie de País de las maravillas al que cada uno accede desde la pantalla de su ordenador o su teléfono móvil. Allí parece estar todo el conocimiento y a la vez parece que uno ya lo posea por el simple hecho de saber que este conocimiento existe y está disponible. Allí no se está nunca solo. Allí parece existir la persona ideal que nos amará y está esperando encontrarnos. Cualquier aparición de un estímulo, otro deseante por ejemplo, es investida de inmediato de sentido y este otro pasa a tomar la cualidad de un objeto ideal. Se crea la ilusión, una representación única en la que pueden confluir todas las significaciones expresadas por las cadenas asociativas que vienen a cruzarse con ellas. En este sentido, Seiden, citado en un interesante artículo de Judith Hanlon (2001), sugiere que internet actuaría como un cierto tipo de acelerador de partículas narcisistas, que magnificaría el poder de otro tipo de impulsos débiles y minúsculos, que soportarían la invención, invitarían al acting out, a la adulación grandiosa y a la autocomplacencia y podría dar lugar a escenarios en los que se generara la ilusión de vivir con todo el mundo.

Siguiendo el paralelismo con los procesos primarios, la frustración de las expectativas adquiere también rasgos catastróficos. Si el otro no responde a dichas expectativas, la ausencia del objeto idealizado deja un vacío enorme y una rabia intensísima. Algunas personas han destrozado el ordenador cuando se ha producido una frustración de este tipo, o simplemente cuando una avería técnica ha impedido la conexión. De todas maneras, no podemos perder de vista que, si bien en el proceso primario, en el sueño o en la satisfacción alucinatoria de los deseos, las imágenes están creadas sólo por el propio sujeto, en las pantallas sí hay otro -sea virtual o real- que responde o genera imágenes de alguna manera distinta a la del sujeto. En este sentido habría una diferencia notable con el simple proceso primario. Pero también es cierto que hay tantas cosas en la red, que pueden encontrarse imágenes tan parecidas a los propios sueños o deseos que apenas uno mismo cuando se encuentra en este proceso pueda detectar la diferencia. Creo que en estas circunstancias, sobre todo si estas actividades son muy continuadas o masivas, deben afectar a la capacidad de imaginar de la persona, es decir, debe disminuir la capacidad de generar las propias imágenes, y quizá las propias fantasías, incluso las inconscientes, deben verse invadidas masivamente por las imágenes de la red.

En mi experiencia clínica con adultos, parece que estos procesos no son tan extremos, aunque dependiendo de la patología del paciente se pueden presentar síntomas intensos de pérdida, rabia y dolor, totalmente equivalentes en intensidad al embeleso y la felicidad que les suponía poseer al otro virtual. Creo que es especialmente necesario señalar que me refiero siempre a pacientes adultos neuróticos, que accedieron a las nuevas tecnologías en la edad adulta, algunos pasada la treintena, es decir a auténticos inmigrantes digitales, lo que implica que habían tenido experiencias previas analógicas –llamémoslas así-, donde el proceso secundario se había adquirido con suficiencia. Desconozco que debe suceder en pacientes graves o entre los nativos digitales, que desde niños se han habituado a las TIC, no tanto porque éstas sean malas, sino por las experiencias que sustituyen, impidiéndolas; y, sobre todo, en relación directa al tiempo destinado a este tipo de juegos o relaciones.

También cabe hacer mención a cómo la patología del paciente se adueña de las nuevas tecnologías para paliar los síntomas. Un paciente con una fobia social importante y una gran inseguridad, se calmaba jugando en la red. Era muy diestro en superar obstáculos en los distintos juegos, lo que aumentaba la seguridad en sí mismo y le creaba la ilusión de estar acompañado, jugando con otros, sin tener que vivir la angustia que le proporcionaba el contacto emocional con las personas. Asimismo, solía mirar muchas series de televisión americanas a través del ordenador, sintiendo que alguien más en algún lugar del mundo estaría viendo el mismo episodio. Así es como yo veo que las TIC favorecerían el funcionamiento dentro del proceso primario, la ilusión de sentirse seguro en su mundo,  a la vez que la de estarse relacionando con alguien.

Otro paciente en la cuarentena, un hombre de negocios capaz, que había levantado con esfuerzo su propia empresa, que manejaba con buena inteligencia emocional los conflictos con los empleados, cumplidor con los clientes y duro manejando los proveedores, después de separarse se conectó a una página de contactos para encontrar pareja. En la red, toda su inteligencia emocional parecía disolverse y desaparecer. Quedaba fascinado sin ningún filtro por las palabras de las desconocidas. Salía sin tomar ningún tipo de precauciones físicas ni emocionales. El sentimiento de invulnerabilidad que le daban los contactos realizados desde su propia casa, la intimidad que sentía que se creaba, dejaba fuera cualquier duda que pudiera tener sobre la autenticidad de las personas con las que se relacionaba. Sus fantasías grandiosas proyectadas en las personas que conocía en la red le impedían ver cualquier engaño o peligro, o simplemente que las cosas fueran de otra manera. El resultado fue que le estafó una mujer que usaba una identidad falsa, robada a una persona de otra ciudad, y la broma le costó bastante dinero. Por tanto, uno de los riesgos de los contactos on-line es que se realizan con los mecanismos de alerta desactivados ya que por tratarse de una actividad que se realiza en la seguridad del propio hogar se ve favorecido el sentimiento de invulnerabilidad.

Una de las características más destacables de las relaciones on-line, es que se trata de relaciones incorpóreas. El cuerpo del otro no existe como presencia física sino que sólo está el texto y a menudo también la imagen y la voz. Por tanto, por mucho que hayan mejorado las webcams, ¿qué queda excluido del conocimiento del otro? El olor, la sutileza de la comunicación no verbal, las posibilidades de contacto físico sea placentero o agresivo… Pero por encima de todo, pienso en la extraña paradoja de tratarse de una forma de conexión entre personas que puede intensificar las relaciones al mismo tiempo que incrementa el aislamiento. Esto resulta más chocante en el sexo on-line, donde el cuerpo del otro no está y sin embargo se crea la ilusión de una relación sexual completa. Desde luego, el binomio voyerismo-exhibicionismo se activa de forma intensa hasta ser, a mi modo de ver, el factor predominante en la sexualidad on-line,  pese a no excluir el factor ilusorio de la relación.

He tratado pacientes cuya actividad sexual en la red se volvía compulsiva. Siempre había alguien indiferenciado dispuesto a un tipo de relación sexual de este tipo. Se trataba de personas con abandonos o pérdidas precoces a las que el nuevo medio les permitió una búsqueda incesante para llenar su vacío existencial. Curiosamente esta actividad despertaba fuertes enamoramientos de características románticas. Se producía una idealización del otro, un fuerte sufrimiento por la separación -ya que a menudo se trataba de personas de otras ciudades o países-, incluso una sensación heroica por vivir un amor de estas características. Si bien es cierto que estas personas también tenían una actividad sexual atípica antes de la aparición de las pantallas, estas actividades nunca alcanzaban el grado de intensidad y dedicación que permitían las relaciones en la red ni tampoco -al ser relaciones corpóreas- permitían la idealización que se daba en los contactos incorpóreos. Una vez más, la facilidad de conectar con otros y la seguridad de estar instalado en el propio hogar, parecían favorecer el despliegue de núcleos arcaicos de la personalidad y los dinamizaban de forma extraordinaria hasta el punto de convertirlos en sintomáticos.

Este mismo sentimiento de invulnerabilidad debe ser el causante del fenómeno de la extimidad. Este término, acuñado por Lacan, viene a ser el antónimo de intimidad: todo aquello que se muestra. Sin embargo, a mi modo de ver, su significado en la red sería que se han abolido los límites entre el fuera y el dentro, entre lo privado y lo público, que vendría abonado por un ideal social de comunicación, donde todo debe ser mostrado. Quizá la televisión con sus reality shows ha contribuido a crear este ideal de extimidad. Todo debe ser visto y oído. Y así debe de ser el ideal social, cuando en cualquier trayecto en autobús uno puede enterarse de la vida íntima de otro de los pasajeros que tiene una conversación a través del teléfono móvil. La aparición de las redes sociales, en las que todo el mundo puede saber de todo el mundo y a la vez siente la necesidad de mostrarse al momento, es otro de los ejemplos. El impulso a comunicar las propias experiencias, a mostrar la propia vida en una especie de competición por la inmediatez, por la necesidad de que los otros sepan qué se hace, dónde se está, con quién se está, parece que se ha convertido para muchos en la noción de existir. Colgar en el muro de facebook cualquier actividad de la vida privada es para muchas personas la principal actividad. Pero de nuevo también surge el sentimiento de invulnerabilidad y de intimidad: eso no es una actividad peligrosa, no puede pasar nada, esta gente son mis amigos, se lo puedo contar todo. Me sorprendió mucho la noticia que hace unos meses publicaron los periódicos: la esposa del director de los servicios secretos británicos había colgado en facebook las fotos de las vacaciones familiares, con todo lujo de detalles, y sin ocultar la identidad del esposo. Me pareció increíble. Si alguien tan supuestamente adiestrada en la necesidad de la seguridad era capaz de hacer una cosa así, que no iban a hacer los simples mortales.

A mi entender, las redes sociales también cumplirían con esta cualidad ilusoria del proceso primario. Así, las pantallas permitirían crear la ilusión de no estar nunca solo, no sentir nunca ignorancia, estar siempre presente en la mente de los demás. De todas maneras, al menos entre los inmigrantes digitales, estos procesos no suelen adquirir proporciones graves, sino más bien lo contrario. La necesidad, en su profundo sentido etimológico referido a lo que no cesa, se impone a menudo y la ilusión se desvanece para dar lugar a una búsqueda que pueda satisfacer las necesidades genuinas de conocimiento y relación. En estudios realizados se ha visto que existe un periodo de inicio con gran interés y participación en las redes, que viene a decaer más o menos entre seis y ocho meses después de iniciarse y que incluso se abandona más adelante. Un ejemplo de esto es el fenómeno que supuso Second life, un juego que permitía llevar una vida inventada en la red. Una vida con pueblos, casas, familias, incluso dinero simulado. Tuvo un gran auge, se convirtió en un fenómeno que despertó todo tipo de suspicacias, y ahora mismo, la comunidad virtual que había albergado a millones de personas, apenas tiene unos cientos de miles.

Los psicoanalistas y los psicoterapeutas nos enfrentamos a un reto que no podemos obviar: ¿haremos psicoterapias on-line? Parece que esto será inevitable. De momento y por todo lo expuesto, yo no sería partidaria de terapias por ordenador, al menos en pacientes con los que no haya tenido una relación presencial de una cierta duración y sólo en circunstancias especiales. A mi modo de ver, quedarían demasiadas cosas fuera de la relación, y a la vez sería difícil analizar la transferencia y afinar en la contratransferencia. No tengo ni idea de cómo funcionaría la empatía en este entorno, y de momento, sin estas herramientas no sé trabajar.

Las pantallas han venido para quedarse y tendremos que seguir de cerca su influencia en la vida cotidiana, la de nuestros pacientes y en la propia, pero por ahora, prefiero pensar, como reflejo en el título de este artículo, que nuestra vida transcurrirá “con” las pantallas y no “en” las pantallas. No sé si estas tecnologías modificarán el cerebro de nuestra especie, ni cómo lo harán. Tampoco sé que devenir tendrán las redes sociales, ni para qué las utilizaremos. Pero creo que no debemos olvidar lo que sí sabemos sobre la mente humana y su complejo entramado emocional para seguir profundizando en su comprensión, con el fin de encontrar alivio al sufrimiento y favorecer la creatividad que, con pantallas o sin ellas, siempre ha acompañado al ser humano.

 

Referencias bibliográficas

Bradbury, R. (1984) Fantasmas de lo nuevo. Barcelona, Minotauro, 2000.

Carbonell, E. y Sala, R. (2002), Encara no som humans. Barcelona, Empúries.

Corbella, J., Carbonell, E., Moyà, S., Sala, R. (2002), Sàpiens, el llarg camí dels homínids cap a la inteligencia. Barcelona, Edicions 62.

Hanlon, J, (2001) Disembodied Intimacies: Identity ans relationship on the Internet. Psychoanalytic Psychology, 18:566-571

Mc Luhan, M. (1960) El aula sin muros. Barcelona, Ediciones de Cultura Popular, 1968.

Turkle, S. (1997) La vida en la pantalla. La construcción de la identidad en la era de Internet. Barcelona, Paidós.

Turkle, S. (2002) Wither Psychoanalysis in a Computer Culture? Originally presented as the 2002 Freud Lecture at the Sigmund Freud Society in Vienna on May 6, 2002. Published on KurzweilAI.net Oct. 23, 2002.

 

Palabras clave: Proceso primario, nuevas tecnologías, internet, inmigrantes digitales.

 

Carme García Gomila
Licenciada en Medicina y Cirugía. Psicoanalista (IPB) y psicoterapeuta.

 

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